Qué
consternación para una Madre ver el sufrimiento de un Hijo inocente a un nivel
de tortura y humillación inexplicables. Un tiempo eterno de angustia, ansiedad
y dolor terribles.
En
un pensamiento puse la cara de mi hijo en la situación de Jesús y un escalofrío
recorrió mi cuerpo, mis lágrimas saltaron al instante. Ponerse en el lugar de
María es sentir su dolor por décimas de
segundo y en verdad, no sé cómo pudo llegar hasta el final; Dios debió
mantenerla en sus brazos... Seguro que si hubiera podido, habría cambiado su
vida por la de su Hijo.
La
semana Santa es dura, a la vez que de extremo agradecimiento. Un angustioso
Calvario que debemos imaginar y meditar, porque si no lo hacemos es como si
aquél día nunca hubiera existido.
Cada
lágrima de María, cada paso de Jesús por la Vía Dolorosa fueron exclusivamente
por nuestra salvación. Pero algunos dicen que “no va con ellos” y andan “jugando al parchís”... No importa (sí
importa) porque el Crucificado y el dolor de su Madre están por todas partes;
no hay 100 metros cuadrados donde no haya una estampa, una cruz en un pecho,
una imagen o una Iglesia abierta.
Da
igual, que jueguen a lo que quieran, María sigue ahí y Dios, es lo que tiene,
continua siendo ese Gran erre que erre, que a mí me encanta.
María,
si pudiéramos trasladarnos a aquél día, no veas la que montamos... Para nada
¡Claro!, recuerdo a Miguel Ángel Blanco, asesinado, a pesar de millones de
manos blancas que quisimos impedirlo...
Emma Díez Lobo
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