Jesucristo, Señor y hermano nuestro,
pon un candado a la puerta
de nuestro corazón
para no pensar mal de nadie,
no prejuzgar,
no sentir mal,
para no suponer ni interpretar mal,
para no invadir el santuario sagrado
de las intenciones.
Señor Jesús,
lazo unificante de nuestra fraternidad.
Pon un sello de silencio en nuestra boca
para cerrar el paso a toda murmuración
o comentario desfavorable,
para guardar celosamente
hasta la sepultura
las confidencias que recibimos
o las irregularidades que observamos,
sabiendo que la primera y concreta manera de amar
es guardar silencio.
Siembra en nuestras entrañas
fibras de delicadeza.
Danos un espíritu de alta cortesía
para reverenciarnos unos a otros
como lo haríamos contigo mismo.
Y danos, al mismo tiempo,
la exacta sabiduría para enlazar convenientemente
esa cortesía con la confianza fraterna.
Señor Jesucristo, danos la gracia de respetarnos.
Así sea.
(P Ignacio Larrañaga)
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