El problema del mal ha sido siempre motivo de escándalo. A veces parece que se ceba en nosotros insaciablemente con tanta saña que llegamos a preguntarnos… ¿Dónde está Dios? ¿Por qué, como clama el salmista, pasamos de un abismo a otro caso casi sin respiro? (Sl 42,8). Sí, el mal tiene su fuerza demoledora; basta pensar cómo, con qué astucia demoníaca se apoderó de la mente y el corazón del pueblo santo y elegido de Israel para que humillasen, despreciasen y crucificasen a Jesús, al Mesías por quien tanto clamaban y suspiraban.
A todo esto la Gran Pregunta: ¿Por qué permitió Dios Padre que el Mal campase a sus anchas en el pueblo que Él mismo había elegido?..
Es también nuestro canto de victoria... ¡Padre mío, perdona a mis enemigos y protege mi espíritu!, a ti te lo encomiendo... jamás será botín del mal, de Satanás.
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