Camino a Jerusalén (camino a nuestras vidas), rodeado de palmas para la eternidad, no entraba un Hombre sino la Salvación a lomos de la humildad.
Cuántas veces Dios se ha paseado
delante de nosotros, con palmas, sin palmas, con diferentes caras, y cuántas Le
hemos dado la espalda o nos hemos puesto de perfil. Serían tantos cambios en
nuestro hacer diario, que mejor, crear “dioses a medida” y rendirles pleitesía.
Pero Él continúa una y otra vez, diciéndote
¡Estoy
aquí para salvarte! ¿No me crees?
Qué triste es tener un Evangelio en
casa y no mirarlo jamás; qué triste es saber que no todos los amigos quieren
oír hablar de Él; qué triste es ver cómo se expande la vida sin Dios.
Pero Él continúa una y otra vez diciéndote
¡Estoy
aquí para salvarte! ¿No me crees?
Todos sabemos que tenemos que morir y
muchos, ni ante la duda del más allá, procura cuidar el alma corriendo un
riesgo y peligro absurdos; prefieren obviar la verdad “incómoda” y creer en la casualidad de
nuestra existencia...
Pero Él continuará una y otra vez diciendo
¡Estoy
aquí para salvarte! ¿No me crees?
Hasta que llegue un día en que no lo
dirá más porque habrá llegado el momento de presentarse en Persona, según está
escrito en mil páginas del Evangelio; y bajará entre nubes del cielo por última
vez para decirte:
¡Estoy aquí! ¿Ahora me crees?
¡Wow! Que cara se les va a quedar...
Emma Diez Lobo
No hay comentarios:
Publicar un comentario