En la Iglesia católica, comenzamos el
año Nuevo celebrando a la Madre de Dios, María Santísima, acostumbramos ir a
misa por la mañana y descansar el resto del día. En esta solemnidad ponemos
atención al “sí” de María. Que con su cooperación al plan de Dios, no
simplemente se convierte en la primera discípula, sino que es el medio mortal
por el cual Dios se hace humanidad entre nosotros.
En sus silencios y reflexiones, la escritura nos dice
que ella todo “lo guardaba en su corazón”. María manifiesta un gozo profundo,
contemplativo y reverente ante la Palabra hecha carne. Esta es una invitación
para permitir que Dios también se encarne en nuestras vidas.
Estamos llamados a hacer presente la presencia real y
verdadera de Dios en lo concreto de nuestra existencia. El contemplar la
Palabra de Dios requiere de una reacción, de una respuesta. Este tipo de
contemplación profunda conlleva una acción intencional y genuina en nuestras
acciones diarias; con compasión, con tolerancia, con justicia, con unidad con
amor. Estas palabras solamente tienen sentido si las arropamos con “frazadas de
humanidad” en nuestro contexto cotidiano. Sólo así las palabras adquieren
verdadero significado, cuando dejan de ser palabras para ser acciones.
Para hallar la gracia de Dios hay que hallar a María.
Todo se reduce, pues, a hallar un medio fácil
con que consigamos de Dios la gracia necesaria para ser santos, y éste es
el que te voy a enseñar. Digo, pues, que para hallar esta gracia de
Dios hay que hallar a María.
Porque:
Sólo Maria es la que ha hallado gracia delante de Dios, ya para sí, ya para todos y cada uno de los hombres en particular; que ni
los patriarcas, ni los profetas, ni todos los santos de la ley antigua pudieron
hallarla.
Ella es la que al
Autor de toda gracia dio el ser y la vida, y por eso se la llama Mater
gratiae, Madre de la Gracia (AltaGracia).
Dios Padre, de quien todo
don perfecto y toda gracia desciende como fuente esencial, dándole al
Hijo, le dio todas las gracias; de suerte, que, como dice San Bernardo, se
le ha dado en él y con él la voluntad de Dios.
Dios la ha escogido por tesorera, administradora y
dispensadora de todas las gracias, de suerte que todas las gracias y dones
pasan por sus manos y conforme al poder que ha recibido (según San Bernardino) reparte Ella a quien quiere, como quiere,
cuando quiere y cuanto quiere, las gracias del Eterno Padre, las virtudes de
Jesucristo y los dones del Espíritu Santo.
Así como en el orden de la naturaleza es
necesario que tenga el niño padre y madre, así en el orden de la gracia es
necesario que el verdadero hijo de la Iglesia tenga por Padre a Dios y a María
por Madre; y el que se jacte de tener a Dios por padre, sin la ternura de
verdadero hijo para con María, engañador es, que no tiene más padre que el
demonio.
Puesto que María ha formado la Cabeza de los
predestinados, Jesucristo, tócale a ella el formar los
miembros de esa Cabeza, los verdaderos cristianos: que no forman las madres
cabezas sin miembros, ni miembros sin cabeza.
Quien quiera, pues, ser miembro de Jesucristo, lleno
de gracia y de verdad, debe formarse en María, mediante la gracia de
Jesucristo, que en ella plenamente reside, para de lleno comunicarse a los
verdaderos miembros de Jesucristo, que son verdaderos hijos de María.
Dios habla a
los hombres a través de esa belleza única llamada María", Madre de Dios y
Madre nuestra (S.S. Juan Pablo II - 2004).
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