Estos días
todo nos habla de la cercanía de la Navidad. El ambiente de las calles
de nuestros pueblos y ciudades, los planes que las familias se hacen
para poder encontrarse durante estas fiestas, los preparativos para
las celebraciones familiares… todo nos invita a sumergirnos en un
ritmo que tiene algo de especial y que hace que estas fechas sean diferentes
al resto del año.
En algunas
circunstancias de la vida las personas, casi sin darnos cuenta, caemos
muy fácilmente en una tentación: cuando nos preparamos para un acontecimiento
importante, nos preocupamos tanto de los preparativos de la celebración,
que llegamos a ella cansados y con ganas de que termine todo. La excesiva
preocupación en preparar las cosas nos puede impedir disfrutar de lo
que realmente debería ser fundamental. La obsesión por los medios nos
puede llevar a olvidar que lo esencial es el fin. Las celebraciones se
disfrutan más cuando más sencilla es la preparación. Con las fiestas
de Navidad ocurre esto cada vez con más frecuencia: muchos llegan a
ellas cansados y con ganas de que pasen cuanto antes. Una preparación
incorrecta puede desfigurar la celebración.
Ciertamente hemos de reconocer que no es fácil
aislarse de este ambiente, pero los cristianos no deberíamos dejarnos
arrastrar por él. Sin alejarnos del mundo concreto en el que vivimos,
hemos de intentar buscar espacios para no ser engullidos por las cosas,
tanto en estos días que preceden a la Navidad como en los que la liturgia
de la Iglesia nos ayuda a entrar en el misterio del Nacimiento del Señor.
Para ayudarles a vivir las fiestas con ojos de fe me permito ofrecerles
unas sugerencias concretas.
En primer lugar me gustaría animarles a que durante
el tiempo de adviento avivemos cada día en nosotros, escuchando y meditando
la Palabra de Dios, el deseo de que el Señor entre en el corazón de los
hombres. Si contemplamos la realidad que nos rodea, ciertamente vemos
muchos signos de la presencia de Cristo en tantos hombres y mujeres
que son un testimonio de amor, de perdón y de paz. Pero también descubrimos
que Cristo es para muchos alguien totalmente desconocido, y que su
mensaje de misericordia y de reconciliación no acaba de ser realidad
en nuestro mundo. Que el Adviento sea un tiempo para crecer en el deseo de
que la presencia del Señor sea más intensa en la humanidad.
No olvidemos tampoco que las personas son más
importantes que las cosas, y eso tanto en nuestra relación con el Señor
como con los demás. En Navidad celebramos que el Hijo de Dios vino al mundo
para hacerse hermano de todos los hombres. Para acoger a Cristo, lo importante
no es que preparemos muchas cosas, sino que nos preparemos nosotros.
Y para encontrarnos con nuestros familiares y amigos, lo realmente bonito
sería que nos preparásemos poniendo unión donde haya divisiones y
perdón donde haya habido ofensas.
Con mi bendición y afecto,
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa
Obispo de Tortosa
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