Al llegar la Navidad pienso en cada uno de
vosotros, queridos hermanos y hermanas, los que formáis esta comunidad
diocesana de Guadix, y, junto a vosotros, en cada uno de los hombres y mujeres
de buena voluntad que sin compartir nuestra fe sois compañeros en el camino de
la vida. Para todos, mi saludo en el Señor.
La Navidad como memoria nos traslada al comienzo de
nuestra era, hace más de dos mil años, a una pequeña ciudad de Judá, Belén,
para contemplar la escena siempre entrañable del nacimiento de un niño. Un niño
envuelto en pañales y reclinado en un pobre pesebre porque no había sitio en la
ciudad. Lo cuidan, con la mirada y con el asombro, su madre María y su esposo
José. Pero en la historia de este nacimiento en Belén hay más personajes, los
ángeles, los pastores, y hasta unos magos de oriente; es decir, que en torno a
aquel niño se unen el cielo y la tierra, y esa tierra en la que habitamos se
hace más hogar para congregar a los pueblos que estaban dispersos.
Pero, ¿quién es este niño que concita el interés de
los humildes y de los de corazón sincero? Es Jesús, el Hijo de Dios hecho
hombre. En aquella pobreza de la periferia de Belén se ilumina la oscuridad del
mundo con la luz de la divinidad y brilla la esperanza que la humanidad ha ido
dejando por el camino. Dios se hace uno de nosotros, asume nuestra carne de
pecado para liberarnos de su aguijón eterno. Al asumir nuestra pobreza nos
regala su riqueza y nos otorga la herencia de vivir con Dios para siempre.
Belén es siempre memoria de amor, del amor
agradecido, del amor que espera la respuesta del amado. Él nos amó primero, nos
amó hasta el extremo, para que nosotros podamos amar también como Él nos amó.
La Navidad nos recuerda cada año que es necesario hacerse niño, mirar con ojos
de niño, y tener los sentimientos de un niño. Desde arriba no se entiende la
Navidad, desde el egoísmo y la soberbia no se puede entrar en el misterio de
esta fiesta. Muchas veces, ante la parafernalia que montamos en estas fechas
habría que preguntarse, pero ¿qué celebramos en Navidad?
Hacer memoria de Belén es la posibilidad de
recuperar el verdadero sentido de la Navidad, tantas y tantas veces ocultado
bajo las propuestas festivas de una sociedad que vende más que da. Una Navidad
sin Jesús es sólo la apariencia de la auténtica Navidad. Os invito a recuperar
el verdadero sentido de la Navidad, a poner al Niño Dios en medio de nuestra
vida y de la vida de la familia, también en lo público, ¿por qué no?. El pueblo
cristiano a lo largo de la historia se ha valido de signos sencillos pero
hermosos y evangelizadores: el belén, los villancicos, la fiesta familiar, las
obras de caridad especialmente en estos días, y tantas otras, que no debemos
perder.
La Navidad es presencia siempre actual del Dios con
nosotros. Lo que aconteció un día en Belén de Judea sigue aconteciendo cada día
en la fe. Dios viene a nosotros en su Palabra, en los sacramentos,
especialmente en la Eucaristía, y en los hermanos. La Navidad es la clave para
aprender a descubrir a Dios en medio del mundo, en la vida de los hombres.
Dios está en la vida corriente; no está en lo
grande sino en los pequeños; no lo encontraremos en el ruido bullicioso, sino
en el silencio contemplativo; no se mezclará con la arrogancia del poder y el
dinero, sino que se mostrará en la humildad y el desprendimiento; no lo
encontrarán los que lo quieren comprender en su ciencia, sino los que lo
reciben en la gratuidad. Sólo desde un corazón limpio se puede ver a Dios, y
todos podemos tener ese corazón limpio con tal que lo deseemos y lo pidamos.
El mensaje de la Navidad es un mensaje para todos
los hombres y mujeres sin excepción. Dios es de todos y envió a su Hijo al
mundo para que todos los hombres se salven. Por eso, hemos de procurar que la
Navidad, esta Navidad, sea para todos sin excepción. La caridad cristiana se
debe hacer más operante en estos días para que a nadie le falte lo que Dios
pone en el corazón: la alegría y la paz.
Pienso especialmente en tantos a los que se ha
privado de la dignidad propia de todo hombre; en los que no tienen libertad o
viven en la injusticia; en los que carecen de lo necesario para vivir: paz,
vestido, casa, medicinas, trabajo, educación; en las familias rotas y en los
niños que son sus principales víctimas; en los jóvenes perdidos en el sin
sentido y en los que miran con temor el futuro; en los ancianos solos y sin el
cariño de los suyos; en las mujeres víctimas de la violencia; en los
esclavizados por cualquier tipo de adicción; en los que viven lejos de sus
hogares y en los que sufren el azote de la violencia y de la guerra. En la
Navidad el corazón se ensancha para acoger a todos y pedir que se ablande si lo
hemos endurecido.
“Entremos en la verdadera Navidad con los pastores,
llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no
curadas, nuestros pecados. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de
Navidad: la belleza de ser amados por Dios. Con María y José quedémonos ante el
pesebre, ante Jesús que nace como pan para mi vida. Contemplando su amor
humilde e infinito, digámosle sencillamente gracias: gracias, porque has hecho
todo esto por mí” (Francisco. Homilía en la Natividad del Señor, 24 de
diciembre de 2016).
A todos os deseo una feliz y santa Navidad. Que el
Niño que nace en Belén sea nuestra luz y nuestra esperanza. Que su amor inunde
la tierra y su Palabra fecunde todas las cosas. Que todos los hombres y mujeres
de la tierra descubran la presencia salvadora de Dios en sus vidas.
¡Feliz Navidad!
+ Ginés García
Obispo de Guadix
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