En una de sus
homilías sobre el Adviento, San Bernardo explica que existen tres venidas
del Señor. La primera fue su venida en carne y debilidad (Belén);
la última será su venida en espíritu y poder (final de los tiempos).
Pero entre una y otra hay una venida intermedia (adventus medius) que
el Señor realiza “espiritualmente, manifestando la fuerza de
su gracia”. Se trata de la presencia del Señor en nuestra vida, que
anticipa y prepara su venida al final de los tiempos. “Esta venida
intermedia -explica San Bernardo- es como una senda por la que se pasa de la
primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención;
en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso
y nuestro consuelo” (Discurso 5 sobre el Adviento, 1).
En el Evangelio de san Juan se habla con frecuencia de esta venida.
En Jn 14, 23 dice Jesús: “El que me ama, guardará mi palabra, y mi Padre
lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Escuchar la Palabra
y alimentarse de ella es una manera de recibir la visita de Jesucristo.
Pero hay otras múltiples maneras en las que Él viene. Viene en los sacramentos,
y muy especialmente en la Eucaristía; viene a mi vida mediante palabras
y acontecimientos. El Señor viene todos los días para ir preparando
el tiempo definitivo. Uno de los prefacios que usa la liturgia en este
tiempo dice con exactitud: “El mismo Señor que se nos mostrará entonces
lleno de gloria, viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en
cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos
testimonio de la espera dichosa de su reino”.
Es importante,
sin embargo, estar atentos y vigilantes, porque su venida podría pasar
desapercibida. Puede presentarse con el rostro del inmigrante
o del enfermo. Suele acercarse a nosotros cuando escuchamos o
leemos la Escritura. En ocasiones llega por sorpresa y nos habla a
través de nuestra vida. La mayor parte de las veces se presenta
cuando no lo imaginamos, rompiendo nuestros esquemas y nuestras
seguridades. Es preciso, por ello, llevar con nosotros la lámpara de
la fe, para poder reconocer a Cristo, y tener el corazón a punto para
que el amor nos encienda en el deseo de buscar su rostro.
Nuestra actitud
ha de ser de acogida del huésped, que está a la puerta llamando (cf. Ap
3, 20). Acoger a Cristo que viene espiritualmente a nuestra vida
es la mejor manera de recordar su venida en Navidad y de preparar
su última venida.
Jesucristo
es alguien que está vivo y que viene continuamente a nuestras vidas. “El Señor
viene”.
¡Sé bienvenido, Señor!
† Francesc Conesa Ferrer
Obispo de Menorca
Obispo de Menorca
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