Se acerca la Navidad. Con frecuencia nos quejamos
del sesgo que va tomando la Navidad en una sociedad marcada por el bienestar
material, el consumo, la diversión, la superficialidad y la indiferencia
religiosa. Nos duele cuando se oculta su sentido cristiano en adornos
públicos o en felicitaciones, o se promueve la desaparición en espacios
públicos de los símbolos navideños típicamente cristianos.
Pero, si somos sinceros, reconoceremos que
ese ambiente consumista, hedonista y pagano ha hecho ya mella en muchos
cristianos. En lugar de lamentarnos deberíamos favorecer en nosotros
mismos y en los demás una buena preparación a la Navidad en el Adviento,
que pide la conversión de mente, corazón y vida a Cristo, que viene a
nuestro encuentro. El Adviento nos exhorta a una escucha más frecuente
de la Palabra de Dios, a una oración más intensa, a una celebración asidua
de los sacramentos y a una caridad más fuerte con los pobres y necesitados.
De una seria preparación depende la celebración gozosa de este acontecimiento de fundamental importancia para cada uno de nosotros,
de la humanidad y de la historia: Dios viene a nosotros en su Hijo, que
nace en Belén, y nos ofrece su amor, su vida y su salvación.
Un modo muy concreto
de prepararnos para la Navidad es recuperar en nuestras casas los símbolos
cristianos navideños, como son el belén y el árbol, y hacerlo con fe.
El belén en
casa es una invitación a la fe, al amor y a la unión en la familia. No puede
reducirse a una mera costumbre o a un motivo decorativo propio de
este tiempo de Navidad; y no debe ponerse porque nos lo piden los niños.
La familia cristiana es una iglesia doméstica, donde padres e hijos
oran, viven y celebran la fe. Hacer entre todos el belén es además
una ocasión privilegiada para crecer en el amor mutuo, en la unidad y
en el mutuo conocimiento, y es una manera de expresar la fe. Poner el
belén recuerda a todos que están viviendo un tiempo especial, en el
cual Dios les manifiesta con claridad su infinito amor. Así mismo, el
belén debe ayudar a que la familia tome conciencia de que el Niño de Belén
es el mismo Jesús que será crucificado y que resucitará en la Pascua
gloriosa, para la salvación de cada uno de ellos y de toda la humanidad.
El belén en el hogar se convierte así en una especial llamada de Dios a
todos los miembros de la familia a prepararse espiritualmente para
conocer mejor y crecer más en el significado salvífico que tiene el
nacimiento de Cristo; es también una ocasión para un encuentro más personal
con Jesús y avanzar cada día en la conversión.
El belén en
casa es presencia viva de Jesús en la familia. A su alrededor, la familia
cristiana se reúne para preparar y celebrar la Navidad: Jesús nace en
el pesebre de Belén por amor a todos y a cada uno de nosotros. Cuando la
familia ora alrededor del belén -costumbre que es necesario rescatar-
allí, aunque de un modo invisible, Jesucristo está presente y la acompaña
en su oración; pues Él nos enseñó que “donde están dos o tres reunidos en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). La imagen del niño
Jesús en el pesebre es un signo que ayuda a que la familia crezca en la
vivencia de una realidad cierta, aunque invisible a los ojos: Jesucristo
quiere estar siempre presente en la familia en todas las circunstancias
de la vida. El belén, pues, debería una ocasión de especial renovación
espiritual, de convivencia cariñosa, de más amor, de más paz, de mejor
preparación para la venida de Cristo en esta nueva Navidad.
Entre nosotros
se ha ido estableciendo también la costumbre de poner el árbol
de Navidad. Este árbol nos habla del árbol de la Vida, plantado en el Paraíso.
Pero a su vez el árbol de Navidad nos remite al árbol de la Cruz, donde
Cristo vence al Maligno: Jesús en el árbol de la Cruz se constituirá en
el nuevo árbol de la Vida. El verdor y la frescura del árbol de Navidad
son símbolos de la vida del creyente que, por acción de la gracia de
Dios, debe permanecer lozana y frondosa. Las luces del árbol de Navidad
nos hablan de Cristo, luz del mundo. Y nos recuerdan que la luz es símbolo
de alegría, de vida, de felicidad, de gloria. La estrella colocada en
lo más alto del árbol nos evoca la estrella de los Magos, aquella que los
guió a su encuentro con Cristo.
Nuestra fe
viva y vivida en la venida de Cristo en la Navidad nos llevará también
a dar público testimonio colgando en los balcones o ventanas de nuestras
casas un símbolo de la Navidad cristiana.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
No hay comentarios:
Publicar un comentario