sábado, 30 de diciembre de 2017

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.


maría, madre del rey de la paz

La liturgia de esta fiesta  es rica de contenidos que convergen en las diversas circunstancias que se dan en el día: la primera lectura alude al comienzo del año civil y pide que Dios bendiga al pueblo con la paz. Este tema coincide además con la celebración de la Jornada anual de la paz. La segunda y primera parte del Evangelio ilustran la solemnidad que se celebra, Santa María, madre de Dios. Finalmente el Evangelio, en su segunda parte, recuerda que a los ocho días del nacimiento -un día como hoy-  el Niño fue circuncidado y agregado oficialmente al pueblo de Dios.  Todo se resume en maternidad de María y don de la paz y se puede unificar en “María, madre del Rey de la paz”.

Se suele definir la  paz como ausencia de guerra, situación que se asegura apelando a las exigencias del bien común y especialmente  con el equilibrio de poderes. Para el cristiano la paz es algo más profundo, que se fundamenta en la fraternidad  básica de la humanidad, en cuanto que todos hemos sido creados por Dios iguales, a su imagen y semejanza, aunque hay diferencias, como en los hermanos de una misma familia. Por desgracia, la presencia del pecado en la humanidad rompe esta fraternidad y Caín mata a su hermano Abel. Este relato muestra que la humanidad lleva gravada la marca de la fraternidad, pero también la posibilidad de traicionarla. Cristo ha venido a destruir el pecado y a confirmar esta vocación radical de la humanidad a la fraternidad. El que acoge su mensaje y se deja transformar por su Espíritu forma parte de la nueva fraternidad, integrada por los que hacen la voluntad de Dios (Mt 12,50).

Un aspecto de esta nueva fraternidad es la destrucción de toda forma de esclavitud. Como Pablo recuerda a Filemón, su esclavo se ha convertido en hermano querido (Flm 15-16). Hoy día hay muchos tipos de esclavitud con las que el hombre somete a su hermano: trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de forma informal en todos los sectores laborales…  los emigrantes que sufren el hambre y el abuso laboral, privados de derechos y dignidad… las personas obligadas a ejercer la prostitución… niños y adultos víctimas del tráfico para la extracción de órganos… niños reclutados como soldados o para la mendicidad o para la venta de drogas… niñas y mujeres vendidas como esclavas sexuales… Y todo esto sucede ante nuestros ojos en un contexto en que se ha globalizado la indiferencia.

La causa última de todo esto es la corrupción del corazón humano, que considera a la persona objeto de explotación en su beneficio, contrariando al plan del Creador, pero hay otras causas inmediatas como son la pobreza, la falta de educación, la falta de trabajo... Ante esto urge la acción de los Estados, las Organizaciones intergubernamentales y las organizaciones de la sociedad civil. Nos compete a todos globalizar la fraternidad, no la indiferencia. Pero esta responsabilidad afecta también a toda persona de a pie. En esta perspectiva se nos invita a cada uno, según la situación en que se encuentra, a realizar gestos de fraternidad con los que se encuentran en un estado de sometimiento o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia o por motivos económicos, otros, en cambio optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos. Realmente estamos ante un problema de inmensas dimensiones, que nos supera, pero esto no nos excusa de hacer lo que esté de nuestra parte a favor de estos mis hermanos pequeños (Mt 25,40.45), por lo que al final seremos juzgados.

La Eucaristía celebra el don de la paz, la pedimos como don de Dios  y nos une al Príncipe de la paz. Por eso nos damos un saludo de paz, que debe ser un compromiso por ella.



Dr. Antonio Rodríguez Carmona

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