maría, madre del rey de la paz
La liturgia de esta fiesta es rica de contenidos que convergen en las
diversas circunstancias que se dan en el día: la primera lectura alude al
comienzo del año civil y pide que Dios bendiga al pueblo con la paz. Este tema
coincide además con la celebración de la Jornada anual de la paz. La segunda y
primera parte del Evangelio ilustran la solemnidad que se celebra, Santa María,
madre de Dios. Finalmente el Evangelio, en su segunda parte, recuerda que a los
ocho días del nacimiento -un día como hoy-
el Niño fue circuncidado y agregado oficialmente al pueblo de Dios. Todo se resume en maternidad de María y don
de la paz y se puede unificar en “María, madre del Rey de la paz”.
Se suele definir la
paz como ausencia de guerra, situación que se asegura apelando a las
exigencias del bien común y especialmente
con el equilibrio de poderes. Para el cristiano la paz es algo más
profundo, que se fundamenta en la fraternidad básica de la humanidad, en cuanto que
todos hemos sido creados por Dios iguales, a su imagen y semejanza, aunque hay
diferencias, como en los hermanos de una misma familia. Por desgracia, la
presencia del pecado en la humanidad rompe esta fraternidad y Caín mata a su
hermano Abel. Este relato muestra que la humanidad lleva gravada la marca de la
fraternidad, pero también la posibilidad de traicionarla. Cristo ha venido a
destruir el pecado y a confirmar esta vocación radical de la humanidad a la
fraternidad. El que acoge su mensaje y se deja transformar por su Espíritu
forma parte de la nueva fraternidad, integrada por los que hacen la voluntad de
Dios (Mt 12,50).
Un aspecto de esta nueva fraternidad es la
destrucción de toda forma de esclavitud. Como Pablo recuerda a Filemón, su
esclavo se ha convertido en hermano
querido (Flm 15-16). Hoy día hay muchos tipos de esclavitud con las que el
hombre somete a su hermano: trabajadores y trabajadoras, incluso menores,
oprimidos de forma informal en todos los sectores laborales… los emigrantes que sufren el hambre y el
abuso laboral, privados de derechos y dignidad… las personas obligadas a
ejercer la prostitución… niños y adultos víctimas del tráfico para la
extracción de órganos… niños reclutados como soldados o para la mendicidad o
para la venta de drogas… niñas y mujeres vendidas como esclavas sexuales… Y
todo esto sucede ante nuestros ojos en un contexto en que se ha globalizado la
indiferencia.
La causa última de todo esto es la corrupción del
corazón humano, que considera a la persona objeto de explotación en su
beneficio, contrariando al plan del Creador, pero hay otras causas inmediatas
como son la pobreza, la falta de educación, la falta de trabajo... Ante esto
urge la acción de los Estados, las Organizaciones intergubernamentales y las
organizaciones de la sociedad civil. Nos compete a todos globalizar la
fraternidad, no la indiferencia. Pero esta responsabilidad afecta también a
toda persona de a pie. En esta perspectiva se nos invita a cada uno, según la
situación en que se encuentra, a realizar gestos de fraternidad con los que se
encuentran en un estado de sometimiento o cuando tenemos que elegir productos
que con probabilidad podían haber sido realizados mediante la explotación de
otras personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia o por
motivos económicos, otros, en cambio optan por hacer algo positivo,
participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos.
Realmente estamos ante un problema de inmensas dimensiones, que nos supera,
pero esto no nos excusa de hacer lo que esté de nuestra parte a favor de estos mis hermanos pequeños (Mt
25,40.45), por lo que al final seremos juzgados.
La Eucaristía celebra el don de la paz, la pedimos
como don de Dios y nos une al Príncipe
de la paz. Por eso nos damos un saludo de paz, que debe ser un compromiso por
ella.
Dr. Antonio Rodríguez
Carmona
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