Estas
breves palabras del evangelista Lucas (Lc 1, 39) deberían de ser un gran
ejemplo y guía de actuación para el cristiano.
María
acaba de enterarse por el anuncio del ángel Gabriel que ha sido elegida para ser
la Madre de Dios hecho hombre, también se entera por este mismo medio que su
prima, ya fuera de tiempo para ser madre, está esperando un niño. Apenas se
repone de la turbación lógica que le produce tal noticia, toma enseguida la
decisión de ir a ponerse al servicio de su parienta. Su respuesta de entrega es
inmediata, decidida y sin demora. Ahora me necesitas, ahora te ayudo. Este “se
levantó” tiene una gran carga significativa de acción para actuar, de ponerse
en movimiento en el acto para realizar algo, es la actitud de quien se pone mano a la obra que diríamos
en un lenguaje llano; y si todo esto no fuera suficiente, dice el evangelista
que “se puso de camino de prisa”. Es como si pensara que el asunto no se puede
dejar para después, es de inminente ejecución, de suma urgencia. Así debe ser
el actuar cristiano: de servicio inmediato, sin pensárselo dos veces, de
entrega sin reservas, de prestar atención con decisión pronta a quien lo
necesite.
Otra
posibilidad sería que María sentía prisa por felicitar a su prima, toda una
vida esperando un hijo y cuando ya parecía imposible, por motivo de la edad, le
llega. Aquella noticia bien valía la caminata para ir a compartir una gran
alegría con su pariente. También los cristianos debemos alegrarnos con los que
se alegran, debemos mostrárselo, ya que las satisfacciones compartidas son más
satisfacciones. Los demás deben de darse cuenta de que sentimos y compartimos
una gran alegría con sus triunfos, deben de enterarse de que no somos
indiferentes a sus acontecimientos vitales, pero no para que nos lo agradezcan
o por pura satisfacción propia, sino por mostrarles a los demás la complacencia
de compartir sus alegrías.
También
se podría interpretar que María tenía prisa por dar la noticia tan esperada y
ansiada por el pueblo judío; se moría de alegría, más que por conocer que había
sido elegida ella, por comunicar la Nueva Buena de que había llegado el tiempo
del cumplimiento de las profecías; por ello tenía prisa, el asunto no era para
menos, para anunciar que había llegado el tiempo de la plenitud. Y además ella
era la seleccionada por Dios para ser la madre del eslabón de enlace entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento. Corría prisa por anunciar, de forma simbólica a
su prima, a todo el universo que comenzaba el tiempo definitivo de la promesa,
de la nueva y última alianza de Dios con los hombres. Y es que así debe ser el
actuar del cristiano: disposición a dar a conocer a los demás el mensaje de
amor, de comunicar que se ha hecho realidad lo que antes era solo esperanza,
que el hombre ha sido redimido de la culpa de su pecado. Esto es algo tan
grande que no podemos guardarlo para nosotros solos; no es para un grupo
privilegiado, sino que es un bien universal y por ello tenemos que estar decididos
a proclamarlo a los cuatro vientos, que se entere todo el mundo a fin de que
todos se puedan beneficiar.
De
una u otra manera o por la suma de las tres anteriores hipótesis, la realidad
es que los cristianos tenemos que tomar
ejemplo de nuestra Madre. Las felicitaciones de los cristianos tienen que ser sinceras
y no como un mero protocolo o rutina social. Igual que sufrimos con los que
sufren, también nos tenemos que alegrar con los que se alegran y hacérselo
saber. Pero sobre todo tenemos que estar prontos a proclamar a los cuatro vientos
la Buena Nueva.
Pedro
José Martínez Caparrós
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