Preparad un camino al Señor: esperanza y conversión
Juan Bautista fue precursor de Jesús y lo sigue
siendo en todos los tiempos. La razón es que recuerda a todas las generaciones
la importancia de la esperanza y la conversión para conocer y aceptar a Jesús.
El Evangelio presenta a Juan a la luz de una promesa del AT (cf. 1ª lectura)
con lo que se está diciendo al lector que su actuación es cumplimiento de lo
que Dios ha prometido y que por tanto Dios es fiel y vale la pena fiarse y
esperar en él. La misma presencia de Juan es una enseñanza de esperanza. Por
otra parte, el mensaje de Juan es conversión como condición para recibir al
Mesías.
Por un lado, la
esperanza es fundamental en la vida
cristiana, junto con la fe y el amor, que están fundadas unas sobre otras: amo
y me entrego a los demás porque espero y
creo; espero porque creo.
Humanamente la persona humana es un ser finito, pero con sed
de infinito y abierto a él, y suple las
carencias actuales con la esperanza y la ilusión de un futuro mejor. Una
persona que no espera es una persona muerta. La esperanza cristiana confirma y
potencia esta apertura a la plenitud. Su fundamento es la promesa divina que ha
prometido la plena felicidad. No una plena felicidad abstracta, sino concreta y
personalizada en la persona de Jesucristo resucitado que nos une al Padre. Así
somos felices los humanos: nos alegra la perspectiva del volver a la casa, no
tanto por los bienes que pueda tener consigo la casa sino porque en ella vamos
a encontrar las personas que amamos y nos aman; igualmente deseamos el cielo
porque allí amaremos plenamente a Jesús y seremos plenamente amados por él.
Para Pablo el cielo es “estar siempre con el Señor” (1 Tes 4,18).
El cristiano espera porque cree. Por ello es
necesario alimentar la esperanza recordando las promesas divinas contenidas en
la Biblia (lo hace la liturgia en las primeras lecturas del tiempo de
Adviento), y junto a esto, tener siempre presente estas promesas como fundamento de nuestra esperanza, que la
diferencia de las expectativas humanas. En la expectativa se espera de acuerdo
con las posibilidades reales de una situación, en la esperanza se espera porque
Dios fiel y poderoso lo ha prometido. Como Abraham “esperamos contra toda
expectativa humana” (Rom 4,18).
Evitar el peligro de rebajar las metas de la
esperanza: si Dios ha prometido un mundo nuevo, es posible y hay que cooperar
para que venga; si ha prometido nuestra plena transformación personal, hay que
colaborar para que sea realidad, sin rebajas y sin poner imposibles en nuestra
vida; si ha prometido una comunidad eclesial, hay que colaborar para que sea
realidad. Naturalmente, nuestra colaboración se realiza en la pobreza de los
pequeños pasos y así hay que asumirlo, sin desánimos ni rebajas. La experiencia
de las pobres realidades tiende a desanimar y se puede convertir en enemiga de
la esperanza. Tener siempre presente que para las promesas de Dios nada es
imposible (Lc 1,37; 18,27).
Por otro lado, la
conversión. Convertirse significarse
literalmente “dar media vuelta”, dejar de mirar y caminar a un lado para mirar
y caminar al opuesto. Por una parte, es dejar una vida totalmente orientada a
uno mismo, a sus intereses egoístas y al pecado, centrada en la propia
autosuficiencia. Por otra parte, es volverse totalmente a Dios y a sus planes
sobre el mundo y sobre cada uno de nosotros. Adviento es tiempo de conversión
en que la Iglesia nos invita a una conversión personal y comunitaria que debe culminar en la celebración del
sacramento de la penitencia.
Solamente una persona que espera y se convierte está
en condiciones de recibir a Jesús. El cristiano ya ha aceptado a Jesús. El
ciclo adviento-navidad, recordando la primera venida de Jesús, invita a profundizar en esta tarea de
“cristificarse”, pensando, deseando, hablando y actuando como Jesús, tarea que
culminará en la parusía del Señor.
Cada Eucaristía es una llamada a la conversión y a
la esperanza, pues invita a unirse plenamente a Jesús que se entrega al Padre,
término de la conversión, además hace sacramentalmente
presente el objeto de la esperanza, Cristo resucitado, y alimenta para
conseguirlo.
Dr. don Antonio Rodríguez Carmona
No hay comentarios:
Publicar un comentario