sábado, 9 de diciembre de 2017

II Domingo de Adviento





Preparad un camino al Señor: esperanza y conversión

Juan Bautista fue precursor de Jesús y lo sigue siendo en todos los tiempos. La razón es que recuerda a todas las generaciones la importancia de la esperanza y la conversión para conocer y aceptar a Jesús. El Evangelio presenta a Juan a la luz de una promesa del AT (cf. 1ª lectura) con lo que se está diciendo al lector que su actuación es cumplimiento de lo que Dios ha prometido y que por tanto Dios es fiel y vale la pena fiarse y esperar en él. La misma presencia de Juan es una enseñanza de esperanza. Por otra parte, el mensaje de Juan es conversión como condición para recibir al Mesías.

Por un lado, la esperanza es fundamental en la vida cristiana, junto con la fe y el amor, que están fundadas unas sobre otras: amo y me entrego a los demás  porque espero y creo; espero porque creo.
        Humanamente la persona humana es un ser finito, pero con sed de infinito y  abierto a él, y suple las carencias actuales con la esperanza y la ilusión de un futuro mejor. Una persona que no espera es una persona muerta. La esperanza cristiana confirma y potencia esta apertura a la plenitud. Su fundamento es la promesa divina que ha prometido la plena felicidad. No una plena felicidad abstracta, sino concreta y personalizada en la persona de Jesucristo resucitado que nos une al Padre. Así somos felices los humanos: nos alegra la perspectiva del volver a la casa, no tanto por los bienes que pueda tener consigo la casa sino porque en ella vamos a encontrar las personas que amamos y nos aman; igualmente deseamos el cielo porque allí amaremos plenamente a Jesús y seremos plenamente amados por él. Para Pablo el cielo es “estar siempre con el Señor” (1 Tes 4,18).

El cristiano espera porque cree. Por ello es necesario alimentar la esperanza recordando las promesas divinas contenidas en la Biblia (lo hace la liturgia en las primeras lecturas del tiempo de Adviento), y junto a esto, tener siempre presente estas promesas como  fundamento de nuestra esperanza, que la diferencia de las expectativas humanas. En la expectativa se espera de acuerdo con las posibilidades reales de una situación, en la esperanza se espera porque Dios fiel y poderoso lo ha prometido. Como Abraham “esperamos contra toda expectativa humana” (Rom 4,18).

Evitar el peligro de rebajar las metas de la esperanza: si Dios ha prometido un mundo nuevo, es posible y hay que cooperar para que venga; si ha prometido nuestra plena transformación personal, hay que colaborar para que sea realidad, sin rebajas y sin poner imposibles en nuestra vida; si ha prometido una comunidad eclesial, hay que colaborar para que sea realidad. Naturalmente, nuestra colaboración se realiza en la pobreza de los pequeños pasos y así hay que asumirlo, sin desánimos ni rebajas. La experiencia de las pobres realidades tiende a desanimar y se puede convertir en enemiga de la esperanza. Tener siempre presente que para las promesas de Dios nada es imposible (Lc 1,37; 18,27).

Por otro lado, la conversión. Convertirse significarse literalmente “dar media vuelta”, dejar de mirar y caminar a un lado para mirar y caminar al opuesto. Por una parte, es dejar una vida totalmente orientada a uno mismo, a sus intereses egoístas y al pecado, centrada en la propia autosuficiencia. Por otra parte, es volverse totalmente a Dios y a sus planes sobre el mundo y sobre cada uno de nosotros. Adviento es tiempo de conversión en que la Iglesia nos invita a una conversión personal y comunitaria  que debe culminar en la celebración del sacramento de la penitencia.

Solamente una persona que espera y se convierte está en condiciones de recibir a Jesús. El cristiano ya ha aceptado a Jesús. El ciclo adviento-navidad, recordando la primera venida de Jesús,  invita a profundizar en esta tarea de “cristificarse”, pensando, deseando, hablando y actuando como Jesús, tarea que culminará en la parusía del Señor.

Cada Eucaristía es una llamada a la conversión y a la esperanza, pues invita a unirse plenamente a Jesús que se entrega al Padre, término de la conversión,  además hace sacramentalmente presente el objeto de la esperanza, Cristo resucitado, y alimenta para conseguirlo.


Dr. don Antonio Rodríguez Carmona

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