sábado, 16 de diciembre de 2017

III Domingo de Adviento



La esperanza cristiana es gozosa

El tercer domingo de Adviento la liturgia subraya la importancia de la alegría en la vida cristiana. La primera lectura recuerda la promesa de un profeta especial, evangelizador que vendrá al servicio de los pobres a los que debe dar la alegre noticia de su curación y liberación; ante este anuncio el pueblo de los pobres prorrumpe en un canto de alegría. En el salmo responsorial la comunidad da gracias a Dios con alegría con las palabras de María en el Magníficat. En la segunda lectura san Pablo invita a estar siempre alegres y lo motiva en la próxima venida del Señor. Finalmente, el Evangelio anuncia que ya está en medio de nosotros el que nos trae la alegría.

Todos nosotros buscamos sentirnos satisfechos y alegres en nuestra situación vital, en nuestra familia, en nuestro trabajo, con nuestros amigos; es un estado permanente que encuentra sus momentos fuertes en las fiestas que organizamos periódicamente. Realmente la alegría es connatural con la religión cristiana y señal de su autenticidad. Donde no hay alegría no hay cristianismo. La razón es que Dios es alegría, la fuente de la alegría y todos sus dones se caracterizan por la alegría. Por ello cuando se anuncia la salvación en el AT se la llama evangelizar, es decir, anunciar una alegre noticia, y la primera palabra del tiempo del cumplimiento, dirigida en este caso a María, es alégrate, después, cuando Jesús nace, los ángeles lo anuncian a los pastores como una gran alegría. Igualmente, Jesús invita repetidamente a sus discípulos a la alegría porque sus nombres están escritos en los cielos (Lc 1,29). No se trata de una alegría cualquiera, sino de compartir su misma alegría, recibida directamente del Padre, que es la fuente (Jn 15,11; Jn 17,13).

Dios nos ha creado a su imagen y semejanza y, como la alegría es consustancial con Dios, la alegría está presente en las criaturas como un sentimiento natural, necesario para poder vivir una existencia humana equilibrada. Es un sentimiento positivo de bienestar que hace que uno se sienta satisfecho y con ganas de vivir. Por ello la alegría es inseparable de la esperanza; por ello el triste no espera ni tiene ganas de vivir. La alegría cristiana no es en absoluto enemiga de las alegrías naturales, al contrario, las potencia y purifica. Purifica, porque aparta de alegrías causadas por hechos pecaminosos, que destruyen a la persona y, por otra parte, porque relativiza las alegrías sanas, superando de esta forma la tentación de absolutizarlas, viviendo para ellas. De esta forma nos ayuda a gozar humanamente en lo que pueden dar de sí estas alegrías, evitando frustraciones.  Potencia, porque la convierte en alegría espiritual, causada por el Espíritu Santo y que consiste en participar la alegría de Jesús y, por él, la alegría de Dios Padre.
Dada la importancia de la alegría en la vida humana la buscamos de muchas maneras, unas equivocadas, cuando están fundadas en el egoísmo. Hoy la palabra de Dios nos invita a buscarla siempre y encontrarla en el servicio a Jesús en los necesitados y en el reconocimiento de los dones recibidos de Dios, es lo que san Pablo resume diciendo “alegraos en el Señor” (segunda lectura). Al servir a los demás nos convertimos en instrumentos de las promesas de Dios que realizan las esperanzas de los hombres y así encontramos la alegría. Estamos inmersos en un mundo lleno de necesidades e injusticias, son millones los hombres que claman a Dios pidiendo justicia y liberación. El Evangelio habla del anuncio de que en el futuro el mesías será ungido, capacitado y enviado para liberar y dar vida. Lo hizo Jesús históricamente y hoy lo quiere continuar por medio nuestro. Para ello en el bautismo fuimos también ungidos y capacitados para participar su tarea. Ayudar a colmar las legítimas esperanzas humanas es el camino para llegar a la plenitud de la esperanza. Se llega a la plenitud de la alegría creando ahora alegría, haciendo justicia, poniendo paz, dando trabajo, facilitando el pan de cada día, quitando lágrimas...

El Evangelio nos recuerda que Jesús ya está en medio de nosotros, invitándonos a acogerlo y a crecer en él y, con ello, a vivir en la alegría y a crecer en ella. En otro lugar del evangelio de Juan (15,11) se completa esta idea: Os he hablado estas cosas para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a su plenitud. Jesús quiere que crezcamos en su alegría hasta llegar a la plenitud y un poco más antes (Jn 15,7-17) nos dice cómo, amando a Dios y a los hermanos, creciendo en la amistad con Dios y con sus hijos. En la medida en que nos identificamos con Cristo, vamos participando cada vez más su alegría, hasta llegar a la meta en que “estaremos con el Señor”, participando plenamente la alegría de la Santísima Trinidad en unión de todos los santos. 

En la Eucaristía hacemos nuestro el cántico de María dando gracias con gozo por los dones recibidos, que nos capacitan para vivir una vida con sentido, sirviendo a los demás y caminando así a la plenitud gozosa, realizando así nuestra vocación humana.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


No hay comentarios:

Publicar un comentario