La esperanza cristiana es gozosa
El tercer domingo de Adviento la liturgia subraya la
importancia de la alegría en la vida cristiana. La primera lectura recuerda la
promesa de un profeta especial, evangelizador que vendrá al servicio de los
pobres a los que debe dar la alegre noticia de su curación y liberación; ante
este anuncio el pueblo de los pobres prorrumpe en un canto de alegría. En el
salmo responsorial la comunidad da gracias a Dios con alegría con las palabras
de María en el Magníficat. En la segunda lectura san Pablo invita a estar
siempre alegres y lo motiva en la próxima venida del Señor. Finalmente, el
Evangelio anuncia que ya está en medio de nosotros el que nos trae la alegría.
Todos nosotros buscamos sentirnos satisfechos y
alegres en nuestra situación vital, en nuestra familia, en nuestro trabajo, con
nuestros amigos; es un estado permanente que encuentra sus momentos fuertes en
las fiestas que organizamos periódicamente. Realmente la alegría es connatural
con la religión cristiana y señal de su autenticidad. Donde no hay alegría no
hay cristianismo. La razón es que Dios es alegría, la fuente de la alegría y
todos sus dones se caracterizan por la alegría. Por ello cuando se anuncia la
salvación en el AT se la llama evangelizar,
es decir, anunciar una alegre noticia,
y la primera palabra del tiempo del cumplimiento, dirigida en este caso a
María, es alégrate, después, cuando
Jesús nace, los ángeles lo anuncian a los pastores como una gran alegría. Igualmente, Jesús invita
repetidamente a sus discípulos a la alegría porque
sus nombres están escritos en los cielos (Lc 1,29). No se trata de una
alegría cualquiera, sino de compartir su misma alegría, recibida directamente
del Padre, que es la fuente (Jn
15,11; Jn 17,13).
Dios nos ha creado a su imagen y semejanza y, como
la alegría es consustancial con Dios, la alegría está presente en las criaturas
como un sentimiento natural, necesario para poder vivir una existencia humana
equilibrada. Es un sentimiento positivo de bienestar que hace que uno se sienta
satisfecho y con ganas de vivir. Por
ello la alegría es inseparable de la esperanza; por ello el triste no espera ni
tiene ganas de vivir. La alegría cristiana no es en absoluto enemiga de las
alegrías naturales, al contrario, las potencia y purifica. Purifica, porque aparta de alegrías causadas por hechos
pecaminosos, que destruyen a la persona y, por otra parte, porque relativiza
las alegrías sanas, superando de esta forma la tentación de absolutizarlas,
viviendo para ellas. De esta forma nos ayuda a gozar humanamente en lo que
pueden dar de sí estas alegrías, evitando frustraciones. Potencia,
porque la convierte en alegría espiritual, causada por el Espíritu Santo y
que consiste en participar la alegría de Jesús y, por él, la alegría de Dios
Padre.
Dada la importancia de la alegría en la vida humana
la buscamos de muchas maneras, unas equivocadas, cuando están fundadas en el
egoísmo. Hoy la palabra de Dios nos invita a buscarla siempre y encontrarla en
el servicio a Jesús en los necesitados y en el reconocimiento de los dones
recibidos de Dios, es lo que san Pablo resume diciendo “alegraos en el Señor” (segunda lectura). Al
servir a los demás nos convertimos en instrumentos de las promesas de Dios que
realizan las esperanzas de los hombres y así encontramos la alegría. Estamos
inmersos en un mundo lleno de necesidades e injusticias, son millones los
hombres que claman a Dios pidiendo justicia y liberación. El Evangelio habla
del anuncio de que en el futuro el mesías será ungido, capacitado y enviado
para liberar y dar vida. Lo hizo Jesús históricamente y hoy lo quiere continuar
por medio nuestro. Para ello en el bautismo fuimos también ungidos y capacitados para participar su tarea. Ayudar a colmar las
legítimas esperanzas humanas es el camino para llegar a la plenitud de la
esperanza. Se llega a la plenitud de
la alegría creando ahora alegría, haciendo justicia, poniendo paz, dando
trabajo, facilitando el pan de cada día, quitando lágrimas...
El Evangelio nos recuerda que Jesús ya está en medio de nosotros,
invitándonos a acogerlo y a crecer en él y, con ello, a vivir en la alegría y a
crecer en ella. En otro lugar del evangelio de Juan (15,11) se completa esta
idea: Os he hablado estas cosas para que mi alegría esté en vosotros y
vuestra alegría llegue a su plenitud. Jesús quiere que crezcamos en su alegría hasta llegar a la plenitud y
un poco más antes (Jn 15,7-17) nos dice cómo, amando a Dios y a los hermanos,
creciendo en la amistad con Dios y con sus hijos. En la medida en que nos
identificamos con Cristo, vamos participando cada vez más su alegría, hasta
llegar a la meta en que “estaremos con el Señor”, participando plenamente la
alegría de la Santísima Trinidad en unión de todos los santos.
En la Eucaristía hacemos nuestro el cántico de María
dando gracias con gozo por los dones recibidos, que nos capacitan para vivir
una vida con sentido, sirviendo a los demás y caminando así a la plenitud
gozosa, realizando así nuestra vocación humana.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
No hay comentarios:
Publicar un comentario