María,
modelo de fe y solidaridad
El último domingo de
Adviento evoca el final del tiempo de las promesas, cuando comienza el
cumplimiento. Se recuerda en la primera lectura la promesa de un hijo de David
y el Evangelio el comienzo del cumplimiento. Un cumplimiento singular que
desvela los planes secretos de Dios, mantenidos en secreto durante siglos y
ahora manifestados (segunda lectura).
A la luz de una lectura superficial de la promesa de Natán, se
esperaría un Mesías político-religioso, poderoso, un Hijo de David que
instauraría un imperio universal en el que Dios impondría la salvación a la humanidad, desde fuera¸ como el que impone un real decreto. Pero los planes de
Dios son diferentes. Su plan consiste en salvar a la humanidad por medio de la
misma humanidad, desde dentro, ofreciendo
la salvación al hombre libre. Y como la humanidad era incapaz de llevar a
cabo este plan, el mismo Dios se hace hombre, y como tal, lleva a cabo la
salvación universal.
¿Cómo iba a
realizar el plan? En el fondo todo era sencillo, Dios Padre, que es amor,
quiere que los hombres lleguen a él libremente por el camino del amor. Puesto
que nosotros éramos incapaces de esto, Jesús, Dios-hombre, se solidarizó con
toda la humanidad, y lo hizo en nombre de todos nosotros. Su vida fue una existencia
consagrada a hacer la voluntad del Padre por amor, por ello murió, y por ello
el Padre lo resucitó y lo acogió a él y a todos los que representaba y llevaba
en su corazón, a toda la humanidad.
Ahora es el tiempo de repartir la cosecha y Dios quiere que se
haga en la misma línea de la solidaridad humana. Los que hemos recibido la
gracia de estar unidos a Jesucristo, tenemos la tarea de ofrecer la salvación a
nuestros hermanos, los hombres. Esta es nuestra tarea hasta que el Señor
vuelva. Para ello Jesús ha creado la Iglesia como comunidad de hombres
solidarios, depositarios de la salvación de Jesús. Su tarea es salvar, colmando
así las esperanzas de la humanidad. En este tiempo de Adviento, tiempo de
vigilancia y espera, se nos recuerda y urge a los cristianos la obligación de
ejercitar nuestra solidaridad, siendo instrumentos de esperanza y salvación
para nuestros hermanos, de tal manera que esta tarea condiciona el que logremos
superar el examen final de amor.
Nuestra vida se desarrolla en un mundo donde abundan esperanzas
legítimas y falsas, desesperanzas y tristezas. No hay incompatibilidad entre
esperanzas humanas y la esperanza final cristiana. Ésta, por una parte, ayuda a
purificar las esperanzas humanas, haciendo ver las que realmente son falsas,
pues destruyen a la persona, por otra, las relativiza, haciendo ver lo que
pueden dar de sí, y finalmente las potencia con el amor, convirtiéndolas en
medio para la meta final. Conseguiremos nuestra esperanza final en la medida en
que trabajemos por las esperanzas legítimas de nuestros hermanos (comida,
bebida, techo, trabajo, descubrir una vida con sentido...). Ésta es nuestra
tarea solidaria.
Para ser instrumentos de esperanza en manos de
Jesús, necesitamos vivir cada vez más unidos a él. En esta última semana de
Adviento, preparación inmediata para la celebración del comienzo de su
solidaridad, la Iglesia nos invita a purificar nuestra vida con el sacramento
de la penitencia.
María es madre y modelo en esta misión solidaria que
nos encomienda el plan salvador de Dios. La aceptación del plan de Dios en la
encarnación cambió sus planes existenciales, pues le complicaba la vida en una
tarea desconocida que asumía en la oscuridad de la fe, pero esta fe la hizo fuerte (esto significa
etimológicamente creer en hebreo) en la palabra de Dios, “porque para
Dios nada hay imposible”. En el plan de Dios su tarea era ofrecer su carne al
Hijo de Dios y con ello hacerlo entrar en la solidaridad humana. Desconocía los
detalles de este plan, pero se fio de Dios, sabiendo que todo sería para su
gloria y bien de la humanidad. Esperó porque creyó. Esperanza y fe son
inseparables.
En la Eucaristía damos gracias al Padre por su plan
de salvación, damos gracias a Jesús, nuestro hermano solidario, por haberlo
realizado, muriendo y resucitando por nosotros, y por habernos asociado a su
tarea, y pedimos gracias para realizarla solidariamente.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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