sábado, 23 de diciembre de 2017

IV Domingo de Adviento


 María, modelo de fe y solidaridad

        El último domingo de Adviento evoca el final del tiempo de las promesas, cuando comienza el cumplimiento. Se recuerda en la primera lectura la promesa de un hijo de David y el Evangelio el comienzo del cumplimiento. Un cumplimiento singular que desvela los planes secretos de Dios, mantenidos en secreto durante siglos y ahora manifestados (segunda lectura).

A la luz de una lectura superficial de la promesa de Natán, se esperaría un Mesías político-religioso, poderoso, un Hijo de David que instauraría un imperio universal en el que Dios impondría la salvación a la humanidad, desde fuera¸ como el que impone un real decreto. Pero los planes de Dios son diferentes. Su plan consiste en salvar a la humanidad por medio de la misma humanidad, desde dentro, ofreciendo la salvación al hombre libre. Y como la humanidad era incapaz de llevar a cabo este plan, el mismo Dios se hace hombre, y como tal, lleva a cabo la salvación universal.

 ¿Cómo iba a realizar el plan? En el fondo todo era sencillo, Dios Padre, que es amor, quiere que los hombres lleguen a él libremente por el camino del amor. Puesto que nosotros éramos incapaces de esto, Jesús, Dios-hombre, se solidarizó con toda la humanidad, y lo hizo en nombre de todos nosotros. Su vida fue una existencia consagrada a hacer la voluntad del Padre por amor, por ello murió, y por ello el Padre lo resucitó y lo acogió a él y a todos los que representaba y llevaba en su corazón, a toda la humanidad.

        Ahora es el tiempo de repartir la cosecha y Dios quiere que se haga en la misma línea de la solidaridad humana. Los que hemos recibido la gracia de estar unidos a Jesucristo, tenemos la tarea de ofrecer la salvación a nuestros hermanos, los hombres. Esta es nuestra tarea hasta que el Señor vuelva. Para ello Jesús ha creado la Iglesia como comunidad de hombres solidarios, depositarios de la salvación de Jesús. Su tarea es salvar, colmando así las esperanzas de la humanidad. En este tiempo de Adviento, tiempo de vigilancia y espera, se nos recuerda y urge a los cristianos la obligación de ejercitar nuestra solidaridad, siendo instrumentos de esperanza y salvación para nuestros hermanos, de tal manera que esta tarea condiciona el que logremos superar el examen final de amor.

Nuestra vida se desarrolla en un mundo donde abundan esperanzas legítimas y falsas, desesperanzas y tristezas. No hay incompatibilidad entre esperanzas humanas y la esperanza final cristiana. Ésta, por una parte, ayuda a purificar las esperanzas humanas, haciendo ver las que realmente son falsas, pues destruyen a la persona, por otra, las relativiza, haciendo ver lo que pueden dar de sí, y finalmente las potencia con el amor, convirtiéndolas en medio para la meta final. Conseguiremos nuestra esperanza final en la medida en que trabajemos por las esperanzas legítimas de nuestros hermanos (comida, bebida, techo, trabajo, descubrir una vida con sentido...). Ésta es nuestra tarea solidaria. 

Para ser instrumentos de esperanza en manos de Jesús, necesitamos vivir cada vez más unidos a él. En esta última semana de Adviento, preparación inmediata para la celebración del comienzo de su solidaridad, la Iglesia nos invita a purificar nuestra vida con el sacramento de la penitencia.

María es madre y modelo en esta misión solidaria que nos encomienda el plan salvador de Dios. La aceptación del plan de Dios en la encarnación cambió sus planes existenciales, pues le complicaba la vida en una tarea desconocida que asumía en la oscuridad de la fe, pero esta fe la hizo fuerte (esto significa etimológicamente creer  en hebreo) en la palabra de Dios, “porque para Dios nada hay imposible”. En el plan de Dios su tarea era ofrecer su carne al Hijo de Dios y con ello hacerlo entrar en la solidaridad humana. Desconocía los detalles de este plan, pero se fio de Dios, sabiendo que todo sería para su gloria y bien de la humanidad. Esperó porque creyó. Esperanza y fe son inseparables.

En la Eucaristía damos gracias al Padre por su plan de salvación, damos gracias a Jesús, nuestro hermano solidario, por haberlo realizado, muriendo y resucitando por nosotros, y por habernos asociado a su tarea, y pedimos gracias para realizarla solidariamente.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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