La Palabra ha acampado entre nosotros
En Navidad los cristianos no recordamos el
nacimiento de un personaje importante, que pasó por este mundo y nos dejó
valiosas aportaciones. Para los cristianos el que nació hace XXI siglos es el
Hijo de Dios, el Viviente que nos acompaña constantemente. Los cristianos
celebramos Navidad a la luz de la resurrección. El que se hizo hombre continúa
entre nosotros, nos acompaña y nos capacita para que compartamos plenamente su
condición. Esto explica el que en muchos sectores del pueblo cristianos se
llame a estos días “Pascua”, pues realmente Navidad no se entiende sin la Pascua de resurrección.
El Evangelio directamente y la segunda lectura
indirectamente llama a Jesús la Palabra.
Las personas necesitan una lengua común para entenderse, evitando palabras y
tecnicismos. Se alaba a la persona a la que todo se le entiende. Aquí radicaba
el problema de la humanidad para entender y comunicarse con Dios, ¿cómo puede
entender una persona humana con una inteligencia limitada a Dios que es
sabiduría infinita? Dios, como dice la segunda lectura, ha manifestado su plan de salvación de
diversas maneras. En la etapa que conocemos como tiempo de preparación o
Antiguo Testamento lo dio a conocer de forma parcial, imperfecta y poco a poco
por medio de sus enviados los profetas al pueblo judío. El motivo de la
imperfección era que el lenguaje empleado por los profetas no era adecuado al mensaje que tenían que
transmitir. La primera lectura en concreto
recuerda un oráculo de Isaías que anuncia algo interesante, que Dios va a
salvar por medios de un hombre. No precisa cómo, pero es una pista interesante.
Cuando se cumplió este tiempo de preparación, Dios manifestó su plan de forma
completa por medio de su Hijo que se ha convertido en su Palabra. En este caso
la palabra no es un sonido, es una persona viviente, cuya presencia, actuación
y mensaje nos habla de forma clara, elocuente y manifiesta diciéndonos que Dios
nos ama y quiere nuestra felicidad. Este es el lenguaje adecuado que entendemos
los humanos. Así viendo y escuchando a Jesús, todos podemos conocer cómo piensa
Dios, cómo habla, cómo actúa, cómo ama. Por eso san Juan en el Evangelio llama
a Jesús Palabra, que da a conocer a Dios Padre: A Dios
nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es
quien lo ha dado a conocer (Jn 1,18).
Para ello no se ha hecho un hombre poderoso, una
especie de rey que desde fuera nos habla, sino que se ha unido a nuestra
caravana de hombres necesitados. Nos lo dice san Juan en el Evangelio: La Palabra se hizo hombre y ha puesto su
tienda de campaña entre nosotros. La humanidad era una caravana de
personas, perdidas en el desierto de la vida que buscaba el camino de la
felicidad sin saber por dónde caminar. La Palabra de Dios se ha unido a nuestra
caravana y ha actuado como guía que ha descubierto el camino deseado. Este es
que una vida consagrada al amor lleva a Dios porque Dios es amor. Para ello
asumió nuestras debilidades, menos el pecado, consagró su vida a hacer la
voluntad del Padre por amor, murió en una cruz por nosotros, resucitó y nos
trajo la plena salvación.
Nuestro Dios es el Padre revelado por nuestro Señor
Jesucristo, no el Dios abstracto de los filósofos. Estos nos pueden aproximar a
la existencia de Dios con sus razonamientos, Jesús-Palabra, en cambio, nos
habla de Dios de forma concreta, como el misericordioso que ama a los hombres,
quiere su salvación, su alegría, comparte nuestros sufrimientos. Toda la vida
de Jesús nos grita que Dios Padre nos ama,
entrega a su Hijo (Jn 3,16) y quiere hacernos hijos suyos de una manera
especial. Ante nuestros porqués sobre Dios, la mirada a Jesús ayudará a
iluminarlos.
Hoy recordamos el comienzo de esta aventura. Dios
nos ha hablado con una palabra permanente con la que nos ha dicho todo lo que
tenía que decirnos. Entregándonos a su Hijo eterno, no tiene más Palabra que
decirnos. Él es la Palabra total. En ella encontramos respuesta a todas
nuestras preguntas existenciales. Ahora se trata de contemplar y profundizar en
esta palabra, amándola, imitándola y profundizando en su contenido. El tiempo
de Navidad nos invita a ello. En la medida en que la escuchamos, nos irá
descubriendo la profundidad de su mensaje.
Pero hay que tener en cuenta que, gracias a su
resurrección, Jesús se encuentra presente en la Eucaristía, en su palabra y en
todos los hombres, especialmente los necesitados y que estas presencias son
inseparables, es decir, que se le acoge en todas a la vez o no se le acoge en
ninguna. Nuestra tentación es centrarnos en lo aparentemente fácil, como puede
aparecer la Eucaristía, pero es una acogida vana si no va unida a las
demás acogidas.
Navidad es tiempo de contemplación, de la que tiene
que dimanar la alegría. ¡El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que los
hombres seamos hijos de Dios! Necesitamos silencio y oración para dar lugar a
la contemplación.
Celebrar la Eucaristía es actualizar el diálogo. El
Padre nos sigue hablando su amor permanentemente por medio de su Hijo, su
Palabra, que nos vuelve a dirigir sacramentalmente. Participar la Eucaristía es
acoger esta Palabra en nuestra vida, agradecerla y dejarse transformar.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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