jueves, 7 de diciembre de 2017

«La In­ma­cu­la­da Con­cep­ción de la Vir­gen Ma­ría»


Con el Ad­vien­to, ini­cia­mos un nue­vo año li­túr­gi­co, un nue­vo ca­mino del Pue­blo de Dios con Je­su­cris­to y acom­pa­ña­dos de Ma­ría. Ella nos en­se­ña a es­pe­rar la ve­ni­da de su Hijo. Es el mo­men­to de de­jar­nos guiar por Ma­ría.

La Vir­gen apa­re­ce en la pe­num­bra del Ad­vien­to como la flor más lu­mi­no­sa que nos da es­pe­ran­za. El Ad­vien­to es el tiem­po ma­riano por ex­ce­len­cia. En este sen­ti­do, en el inicio de este tiem­po li­túr­gi­co ce­le­bra­mos la so­lem­ni­dad de la In­ma­cu­la­da Con­cep­ción, en la que el pue­blo cris­tiano ce­le­bra que Ma­ría fue pre­ser­va­da de cual­quier man­cha de pe­ca­do ori­gi­nal y en­ri­que­ci­da con la ple­ni­tud de la gra­cia des­de el pri­mer mo­men­to de su con­cep­ción. El año 1854, el papa Pío IX pro­cla­mó el dog­ma de la In­ma­cu­la­da Con­cep­ción fun­da­men­tán­do­se en la fe de la Igle­sia so­bre este mis­te­rio ma­riano. Ma­ría fue In­ma­cu­la­da por­que se con­ver­ti­ría en ma­dre del Hijo de Dios. El Es­pí­ri­tu San­to fue en­via­do para san­ti­fi­car su seno, para dis­po­ner­lo a aco­ger al Hijo. San So­fro­nio, obis­po, de­cía a Ma­ría en un ser­món: «Real­men­te eres ben­di­ta en­tre to­das las mu­je­res, ya que si por na­tu­ra­le­za fuis­te mu­jer, en ver­dad te con­ver­tis­te en ma­dre de Dios.» Para ser la Ma­dre del Sal­va­dor, Ma­ría fue «do­ta­da con unos do­nes a la me­di­da de una mi­sión tan im­por­tan­te” (cf. LG 56). Ma­ría fue guia­da en todo mo­men­to por la gra­cia de Dios.

La fi­gu­ra de Ma­ría de Na­za­ret toma un re­lie­ve es­pe­cial en el co­ra­zón del Ad­vien­to. Ella ha aco­gi­do la Pa­la­bra en su co­ra­zón de vir­gen y en su seno ma­ter­nal, la Pa­la­bra que se ha he­cho car­ne de sal­va­ción. Real­men­te, Ma­ría es el arca de la nue­va y eter­na alian­za. Des­de en­ton­ces, Dios es el Em­ma­nuel, el Dios-con-no­so­tros.
En esta ce­le­bra­ción y en este tiem­po de Ad­vien­to to­dos so­mos in­vi­ta­dos a fi­jar nues­tra mi­ra­da so­bre la hu­mil­dad, so­bre el es­pí­ri­tu ge­ne­ro­so de ser­vi­cio y so­bre la ex­qui­si­ta ca­ri­dad de san­ta Ma­ría. Y so­mos es­pon­tá­nea­men­te in­cli­na­dos a su­mer­gir­nos en la dul­zu­ra inefa­ble de aque­llos nue­ve me­ses en que Ma­ría fue sa­gra­rio vivo de la es­pe­ran­za, he­cha ya pre­sen­cia en ella.
El poe­ta Joan Ma­ra­gall lo ex­pre­só be­lla­men­te en su poe­sía La nit de la Pu­rís­si­ma, en la que dice:

Esta noche es bien una noche Divina
La Purísima, del cielo
va bajando por este azul que ella ilumina,
dejando más resplandor en cada camino …
Por la noche de diciembre ella baja,
el aire se calma, el mundo calla.
baja silenciosa.
Ahh, que noche más clara y más hermosa

En efec­to, Dios qui­so que la In­ma­cu­la­da fue­ra be­lla ante sus ojos y per­fec­ta ante los hom­bres. Pero qui­so esto sin que de­ja­ra de ser una mu­jer, sin qui­tar nada a su fe­mi­ni­dad; al con­tra­rio, su­bli­man­do su amor, su de­li­ca­de­za, su sen­si­bi­li­dad y su en­tre­ga ge­ne­ro­sa a los de­más. El papa Pa­blo VI de­cía al fi­ló­so­fo cris­tiano Jean Guit­ton: “En Ma­ría se rea­li­za la in­ten­ción di­vi­na de ha­cer del ser hu­mano el re­fle­jo, la ima­gen, la fo­to­gra­fía, la se­me­jan­za de Dios”. Cuan­do las mu­je­res, las es­po­sas y las ma­dres se mi­ran en Ma­ría, rea­li­zan ade­cua­da­men­te su gran vo­ca­ción, como la reali­zó ella.
Que de la mano de Ma­ría po­da­mos apro­ve­char este tiem­po de Ad­vien­to para dis­po­ner­nos in­te­rior­men­te a aco­ger a Dios que se hace pre­sen­te en nues­tras vi­das.
+ Car­de­nal Juan José Ome­lla
Ar­zo­bis­po de Bar­ce­lo­na

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