Con el Adviento, iniciamos un nuevo año litúrgico, un nuevo camino
del Pueblo de Dios con Jesucristo y acompañados de María. Ella nos enseña
a esperar la venida de su Hijo. Es el momento de dejarnos
guiar por María.
La Virgen aparece en la penumbra del Adviento como la flor más luminosa
que nos da esperanza. El Adviento es el tiempo mariano por excelencia.
En este sentido, en el inicio de este tiempo litúrgico celebramos la
solemnidad de la Inmaculada Concepción, en la que el pueblo cristiano
celebra que María fue preservada de cualquier mancha de pecado original
y enriquecida con la plenitud de la gracia desde el primer momento
de su concepción. El año 1854, el papa Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada
Concepción fundamentándose en la fe de la Iglesia sobre este misterio
mariano. María fue Inmaculada porque se convertiría en madre del
Hijo de Dios. El Espíritu Santo fue enviado para santificar su seno,
para disponerlo a acoger al Hijo. San Sofronio, obispo, decía a María
en un sermón: «Realmente eres bendita entre todas las mujeres, ya que
si por naturaleza fuiste mujer, en verdad te convertiste en madre de
Dios.» Para ser la Madre del Salvador, María fue «dotada con unos dones
a la medida de una misión tan importante” (cf. LG 56). María fue guiada
en todo momento por la gracia de Dios.
La figura de
María de Nazaret toma un relieve especial en el corazón del Adviento.
Ella ha acogido la Palabra en su corazón de virgen y en su seno maternal,
la Palabra que se ha hecho carne de salvación. Realmente, María es el
arca de la nueva y eterna alianza. Desde entonces, Dios es el Emmanuel,
el Dios-con-nosotros.
En esta celebración
y en este tiempo de Adviento todos somos invitados a fijar nuestra mirada
sobre la humildad, sobre el espíritu generoso de servicio y sobre
la exquisita caridad de santa María. Y somos espontáneamente inclinados
a sumergirnos en la dulzura inefable de aquellos nueve meses en que María
fue sagrario vivo de la esperanza, hecha ya presencia en ella.
El poeta Joan Maragall lo expresó bellamente en su poesía La nit de la Puríssima, en la que dice:
Esta noche es bien una
noche Divina
La Purísima, del cielo
va bajando por este
azul que ella ilumina,
dejando más resplandor
en cada camino …
Por la noche de
diciembre ella baja,
el aire se calma, el
mundo calla.
baja silenciosa.
Ahh, que noche más
clara y más hermosa
En efecto,
Dios quiso que la Inmaculada fuera bella ante sus ojos y perfecta ante
los hombres. Pero quiso esto sin que dejara de ser una mujer, sin quitar
nada a su feminidad; al contrario, sublimando su amor, su delicadeza,
su sensibilidad y su entrega generosa a los demás. El papa Pablo VI
decía al filósofo cristiano Jean Guitton: “En María se realiza la intención
divina de hacer del ser humano el reflejo, la imagen, la fotografía,
la semejanza de Dios”. Cuando las mujeres, las esposas y las madres se
miran en María, realizan adecuadamente su gran vocación, como
la realizó ella.
Que de la mano
de María podamos aprovechar este tiempo de Adviento para disponernos
interiormente a acoger a Dios que se hace presente en nuestras vidas.
+ Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
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