En la solemnidad de la Santísima Trinidad la Iglesia nos invita a dirigir nuestra mirada y nuestra oración por la vida contemplativa en la Jornada Pro orantibus. Esta iniciativa nos llega en una situación excepcional. Llevamos ya más de un año en que sufrimos los efectos de la pandemia que también se han hecho presentes en nuestras comunidades contemplativas y, en algunas, de manera dramática. Toda esta situación nos ha de hacer descubrir el origen de nuestra vocación, el sentido de la vida contemplativa y la misión que el Señor nos ha confiado.
Continuamente
los medios de comunicación han puesto el acento en los cuidados sanitarios y en
los medios para afrontar la pandemia. Sin embargo, también llama la atención
que se haya ocultado intencionadamente la necesidad de los servicios religiosos
para que las personas afectadas pudieran recibir los auxilios divinos. De
manera clara se ha querido ocultar la muerte y son muchos los familiares que en
los momentos más difíciles ni siquiera pudieron despedirse de los suyos ni
garantizarles una asistencia espiritual.
Vivimos
verdaderamente en un mundo cada vez más extraño y tan alejado de Dios que acaba
por banalizar el hecho de la muerte y el destino eterno de cada persona. Esta
nueva situación reclama de manera urgente el visibilizar la vida contemplativa
y el contenido de su misión. La vida en el silencio de los claustros, la
celebración diaria de la Eucaristía, el rezo de la Liturgia de las Horas, el
trabajo oculto y la intercesión constante por todos, ponen de manifiesto en
medio de nuestro mundo la primacía de Dios, nos recuerdan cual es el fundamento
de nuestra existencia y nos invitan a mirar, más allá de la muerte, hacia un
horizonte de esperanza. La muerte, grita la vida contemplativa, ha sido
vencida. Somos ciudadanos del cielo y es allí, junto a Dios tres veces santo,
donde está nuestra meta y hacia donde hemos de dirigir nuestro deseo. Así nos
lo enseña San Pablo: “Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos
como salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro
en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter
así todas las cosas” (Flp 3,20-21).
Sin lugar
a dudas, un mundo sin Dios es un mundo inhumano que deja sin respuesta los
interrogantes más profundos del hombre. En el lema de este año se nos pide
estar “cerca de Dios y del dolor del mundo”. Este dolor
no se arregla solo proporcionando los medios humanos de todo tipo. Estos son
imprescindibles y reclaman la caridad de los cristianos. Sin embargo, la mayor
limosna que necesitamos todos es el alivio de Dios y saber que en este exilio
no estamos solos. Por eso es necesaria la vida contemplativa que nos recuerda
que hemos sido abrazados por el Amor de Dios Padre en su Hijo Jesucristo
clavado en la cruz. Jesucristo no se ha reservado nada y es el Amigo que ha
dado su vida por nosotros. (Jn 15, 12).
Es el
Espíritu Santo quien nos hace decir “Jesús es el Señor” (1Cor 12,3), el
vencedor del pecado y de la muerte. Este mismo Espíritu es quien despierta la
contemplación en nuestros monasterios y llena de la vida divina a nuestra
diócesis de Alcalá de Henares. Por eso, unidos a las comunidades contemplativas
de nuestra diócesis, queremos estar cerca de Dios, dejarnos abrazar por el
fuego del Espíritu Santo y crecer en Santidad.
Si no
fuera así, nuestra Iglesia acabaría siendo una organización humana como otras,
sin nada original que aportar a nuestro mundo. En cambio, la cercanía de Dios,
la santificación que promueve el Espíritu en nosotros y vuestra esponsalidad
virginal, nos hacen heraldos de la Buena Noticia, del evangelio de Jesucristo
en quien está depositada toda nuestra esperanza. El es la respuesta para todos
los pobres y para el dolor de nuestro mundo. Por eso cada persona tiene el
derecho original -y también el deber- de conocerlo como el Camino, la Verdad y
la Vida (Jn 14,6). El es el verdadero samaritano que nos mira con cariño, nos
saca de la cuneta, nos pone en su cabalgadura y nos lleva a la posada (la
Iglesia) donde seremos curados de las heridas con el aceite y el vino (los sacramentos)
y pagará por nosotros con los denarios que representan su donación total en la
cruz (Lc 10,25-37).
De ese
Amor, como de un manantial, nace la vida consagrada y contemplativa. De ese
Amor se alimenta y a El dedica toda su existencia, sabiendo que se ha escogido
la mejor parte (Lc 10,42). Toda nuestra diócesis de Alcalá de Henares en esta
Jornada Pro orantibus queremos mostrar nuestra gratitud
por el tesoro que supone para todos la vida monástica. En este curso, además de
los monasterios femeninos, la Providencia de Dios nos ha regalado la presencia
de la comunidad contemplativa de las Siervas del Señor y de la Virgen de Matará
en el convento de la Purísima Concepción de Torrelaguna y el germen de una
comunidad monástica masculina del Instituto del Verbo Encarnado presente en la
antigua casa Vedruna también en Torrelaguna, la patria de Cisneros.
Como
obispo quiero manifestar una vez más mi cariño, mi gratitud y respeto por todos
los monasterios de la diócesis que como María, la Virgen del silencio y de la
ocultación, encendéis una luz en las tinieblas de nuestro mundo y sostenéis con
vuestra oración la obra evangelizadora de nuestras parroquias y de nuestros
movimientos y comunidades cristianas.
Cuando
nos disponemos a iniciar los 500 años de la conversión de san Ignacio de
Loyola, que estuvo en Alcalá de Henares en los años 1526-1527, le suplicamos
que nos regale su espíritu de santidad, su ánimo decidido para el combate
cristiano y su voluntad de servicio a Dios: Ad maiorem Dei gloriam.
Con mi
bendición
+ Juan
Antonio Reig,
Obispo
Complutense
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