Dios se pasea con túnica blanca entre las camas de UCI y habitaciones de llanto; en sus bolsillos, las oraciones de tantos y en sus ojos, las lágrimas de la tierra... Tiene que decidir qué esperanza se lleva, si la de los seres queridos “evitando” el desenlace o la del hijo postrado que desea un “mundo” sin dolor.
Mientras Dios se
acerca a la cabecera de nuestro amado ofreciéndole sus brazos, nosotros tiramos
de los pies con todas nuestras fuerzas... ¡No,
no Te lo lleves, espera, dale más tiempo!... Pero lo que Él le ofrece es
mucho más.
Nuestro enfermo quiere
que todo acabe, que no suframos, que nuestra Fe sea certera; no habla con palabras
sino con ojos cerrados:
-¡Dejadme libre!, no me despido sino que os
espero en mi nueva morada ¿Sabéis?, todo allí es genial, pleno de concordia, amor, “familia”...
Y sí, Dios tenía
más fuerza y nuestras manos soltaron los pies del amado. El hilo con la tierra se
rompe y su Ángel de la Guarda lo recoge para que no tropiece camino al cielo.
El premio le espera
entre cortinas de oro, salud, juventud y sentidos. Allí estaba Él otra vez con
sus brazos abiertos, mientras nuestros pañuelos plenos de ausencia no veían su inmensa
alegría.
Siempre una
pregunta: “Señor, si tanto nos amas ¿Por
qué no nos dejaste a éste buen hombre entre nosotros?”.
Siempre la misma
respuesta: ¡Porque los milagros que hago salvan almas y él, él es justo y salvo!
In memoriam, hermano
Emma Díez Lobo
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