Dice Jesús que el buen árbol da buenos frutos, no así el árbol deficiente. ¿Qué es lo
que provoca que dos árboles aparentemente iguales produzcan frutos tan
diversos? Jeremías nos ofrece una buena respuesta a esta pregunta. Dice que el
hombre que confía en Dios se asemeja a un árbol que, plantado junto a una
corriente de aguas, extiende sus raíces hacia ella buscando su vitalidad (Jr
17,8). Imagen que nos recuerda a la
cierva que, casi agotada por la sed, se sirve de las pocas fuerzas que le
quedan para buscar aguas que curen su desfallecimiento (Sal 42,1).
La cosa está muy clara; Dios, Manantial de
Aguas Vivas (Jr 2,13), es quien vivifica los árboles que dan buenos frutos.
Todo hombre que tiende hacia el Evangelio del Señor Jesús sus raíces, sabe lo
que es vivir porque está entrelazado con Él que es Camino, Verdad y Vida (Jn
14,6).
Consideremos esto desde el punto de vista
de la oración: el que tiene una espiritualidad superficial hace sus rezos y al
terminar se dice satisfecho: ¡Ya he cumplido!
Sin embargo, quien vive una espiritualidad
profunda, termina su oración, dirige su mirada a Dios y le dice con gratitud: ¡Gracias,
Señor, porque me has dado de tu agua! Estos hombres tienen sus raíces frescas y
vigorosas porque rezan para estar junto a Él, no para cumplir con ninguna norma
ni con nadie. Estos hombres y mujeres dan a su tiempo frutos de Vida Eterna.
comunidadmariamadreapostoles.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario