No
sabemos cuál será nuestro futuro inmediato y tenemos muchas incertidumbres y
muchos interrogantes. Pero, terminado el tiempo más duro de esta pandemia, yo
quisiera transmitir a todos vosotros, fieles cristianos granadinos y personas
que por casualidad a lo mejor escucháis esto: nunca ha sido tan evidente que lo
esencial del cristianismo está en la caridad y que esa caridad no tiene que ser
–diríamos- simplemente la obra de una organización, sino la obra de todos. Una
obra capilar que se extiende desde la parroquia más pequeña hasta la parroquia
más grande, desde el barrio más –diríamos- profesional, hasta los barrios más
humildes y más necesitados.
Todos
estamos llamados a vivir la caridad de la manera que podamos y a cooperar unos
con otros para reconstruir nuestra conciencia de pueblo cristiano, nuestra
conciencia de que pertenecemos al pueblo de Dios. Y el pueblo de Dios es la
Iglesia. Por lo tanto, todos estamos llamados a vivir esa vocación en primera
persona, no delegando en otros, no delegando ni siquiera en los sacerdotes o en
los párrocos. Todos somos portadores del Señor en nuestra vida. Luego hay
algunos aspectos concretos que a mí me parecen especialmente importantes para
las personas que tengan más esta inquietud.
Primero,
hay que retomar la vida del campo. Hay que volver a tomarse en serio el campo y
la agricultura. No hay cultura sin agricultura y no hay ningún periodo de la
Historia que pueda llamarse “post-agrario”. La agricultura se ha vuelto muy
industrial en muchos aspectos, pero eso está destrozando también muchas partes
de la Tierra, y una sociedad sana sólo puede construirse sobre comunidades
sanas. Y comunidades sanas tienen que tener un determinado tamaño; si pasan de
ese tamaño, dejan de ser sanas.
Hay
que recuperar ese sentido y ese valor. Y hay que recuperar la cultura agraria,
en el mejor sentido de la palabra. Luego, quienes tienen o todos tenemos de
alguna manera –diríamos- alguna relación con la economía, tenemos que
reorientar nuestra economía. Volver a hacer de la economía la ley del hogar y,
por lo tanto, algo donde prevalece la gratuidad, la generosidad, la bondad, la
misericordia de unos con otros sobre la multiplicación de beneficios y la
multiplicación o acumulación de bienes de este mundo.
Muchos
bienes de este mundo no los necesitamos y es posible que el incremento inmenso
del consumo haga crecer lo que se llama la economía oficial o la economía
ortodoxa, pero no hace crecer la calidad de nuestras vidas. Tenemos que
recuperar una economía que esté a nuestro servicio, al servicio de los hombres
y no una economía a la que nosotros tengamos que servir, sacrificándole todo lo
que somos y todo lo que vale nuestra vida, empezando por nuestras familias.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Arzobispo de Granada
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