viernes, 26 de junio de 2020

La caridad como “obra de todos”




No sabemos cuál será nuestro futuro inmediato y tenemos muchas incertidumbres y muchos interrogantes. Pero, terminado el tiempo más duro de esta pandemia, yo quisiera transmitir a todos vosotros, fieles cristianos granadinos y personas que por casualidad a lo mejor escucháis esto: nunca ha sido tan evidente que lo esencial del cristianismo está en la caridad y que esa caridad no tiene que ser –diríamos- simplemente la obra de una organización, sino la obra de todos. Una obra capilar que se extiende desde la parroquia más pequeña hasta la parroquia más grande, desde el barrio más –diríamos- profesional, hasta los barrios más humildes y más necesitados.
Todos estamos llamados a vivir la caridad de la manera que podamos y a cooperar unos con otros para reconstruir nuestra conciencia de pueblo cristiano, nuestra conciencia de que pertenecemos al pueblo de Dios. Y el pueblo de Dios es la Iglesia. Por lo tanto, todos estamos llamados a vivir esa vocación en primera persona, no delegando en otros, no delegando ni siquiera en los sacerdotes o en los párrocos. Todos somos portadores del Señor en nuestra vida. Luego hay algunos aspectos concretos que a mí me parecen especialmente importantes para las personas que tengan más esta inquietud.
Primero, hay que retomar la vida del campo. Hay que volver a tomarse en serio el campo y la agricultura. No hay cultura sin agricultura y no hay ningún periodo de la Historia que pueda llamarse “post-agrario”. La agricultura se ha vuelto muy industrial en muchos aspectos, pero eso está destrozando también muchas partes de la Tierra, y una sociedad sana sólo puede construirse sobre comunidades sanas. Y comunidades sanas tienen que tener un determinado tamaño; si pasan de ese tamaño, dejan de ser sanas.
Hay que recuperar ese sentido y ese valor. Y hay que recuperar la cultura agraria, en el mejor sentido de la palabra. Luego, quienes tienen o todos tenemos de alguna manera –diríamos- alguna relación con la economía, tenemos que reorientar nuestra economía. Volver a hacer de la economía la ley del hogar y, por lo tanto, algo donde prevalece la gratuidad, la generosidad, la bondad, la misericordia de unos con otros sobre la multiplicación de beneficios y la multiplicación o acumulación de bienes de este mundo.
Muchos bienes de este mundo no los necesitamos y es posible que el incremento inmenso del consumo haga crecer lo que se llama la economía oficial o la economía ortodoxa, pero no hace crecer la calidad de nuestras vidas. Tenemos que recuperar una economía que esté a nuestro servicio, al servicio de los hombres y no una economía a la que nosotros tengamos que servir, sacrificándole todo lo que somos y todo lo que vale nuestra vida, empezando por nuestras familias.
Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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