Dice Jesús, que "tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo para que todo el que crea en Él, tenga
Vida Eterna".
Un primer soplo, que
oxigena mi alma ante estas palabras, me lleva a San Pablo. Tras toda su vida de
mentira tras mentira y violencia tras violencia a causa de su fanatismo
farisaico, parece como si abstrayéndose del mundo, en cuanto macro colectividad,
y mirándose a sí mismo, cayese otra vez en tierra, acertando apenas a balbucir:
¡Me amó y se entregó por mí! (Gal 2,20). Le cuesta creérselo, necesita
repetírselo a sí mismo: ¡Por mí, por mí, se entregó por mí!
Cuando alguien viene a
saber, como Pablo, que aunque haya hecho lo indecible, el Hijo de Dios se
entregó a la muerte, la más ignominiosa posible, por amor a Él, la conversión
está servida en bandeja. Eso fue lo que le pasó a Pablo, cuando comprendió que
su vida había tenido más valor que la de Jesús la cual fue por completo
devaluada en el Calvario, porque se dejó entregar. Desde entonces se abrazó
incondicionalmente a la única pasión con sello de inmortalidad que nos es
posible vivir en la tierra: la pasión por Jesús y su Santo Evangelio, que Él mismo
proclamó inseparables (Mc 8,35).
Ante esto, no olvidemos
el grito desgarrador de nuestro amigo: "¿cómo creerán los hombres en el
Evangelio si no son enviados?
(Rm 10,15).
(Antonio Pavía)
comunidadmariamadreapostoles.com
Se entregó por mi
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