Creo que es
bastante arriesgado señalar cuál pueda ser la mayor bendición que Dios nos
quiere dar; aún así voy a intentarlo guiándome por el autor del Salmo 24, en
cuanto escribano, ya que el Autor e Inspirador es Dios.
Comienza así este
salmo: ¿Quién puede estar en el recinto
Santo de Dios, junto a Él? Hecha la pregunta, este hombre orante prosigue: "El de manos inocentes y corazón
limpio".
Sabemos por los
profetas que Dios proclama que los de manos inocentes y limpio corazón son
aquellos que no albergan rencores en su interior, que no hablan mal de nadie,
ni siquiera de los que les han hecho y hacen daño con calumnias, difamaciones,
burlas, etc. Por si fuera poco continúa el salmista, y nos habla de la vanidad
del alma propia de los que hacen obras de caridad que todo el mundo tiene que
saber porque las pregona, de una forma u otra, con su incansable lengua...
Bueno, arreglados
estamos, pues el listón es inalcanzable, a no ser que nos sintamos tan
avergonzados que digamos al Señor: ¡Ya
ves qué necio he sido! Cógeme en tus brazos de Buen Pastor y enséñame a ser
querido por Ti, de forma que solo me importes tú, y no lo que digan de mí,
tanto a favor como en contra.
Cuando llegamos a
este bellísimo punto en nuestra vida hacemos nuestra la Gran Bendición de Dios
que nos anuncia el mismo salmista: "Éste
alcanzará la bendición de Dios”. Y añade: "Esta es la raza de los que buscan a Dios".
P. Antonio Pavia
comunidadmariamadreapostoles.com
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