“Dad al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12, 17).
Los fariseos y herodianos quisieron
poner a Jesús en un aprieto y cazarlo así en un posible renuncio, pero, como se
suele decir en un lenguaje coloquial, les salió el tiro por la culata.
Parece ser que la primera conclusión
que se saca de esta cita del Maestro es bajo el punto de vista económico.
Tenemos un deber con Dios (mantenimiento de la estructura y servicios de la
Iglesia, atención al prójimo, etc.) y otro con el Estado, Hacienda o como
queramos llamar. Esto es tan claro que no merece el más mínimo comentario.
Deduzco una segunda derivada y es
que los cristianos tenemos que separar la política y la religión. Para nosotros
no pueden ser dos caras distintas de una misma moneda, aunque la disociación
personal sea muy difícil, tenemos que tener la preocupación de distinguir y no
mezclar ambas facultades humanas. Esta es una tarea muy dificultosa, pero debemos
intentarlo, al menos, ya que es muy frecuente mezclar ambas en nuestras
argumentaciones en conversaciones con los amigos; con suma frecuencia una
interfiere en la otra, no somos imparciales, pero no bebemos unificar la una con
la otra y viceversa, pese, repito, a la gran dificultad de divorciar ambas
dentro de nuestro ser.
Pero hay otro modo de ver o
interpretar la cita: la moneda de nuestro tiempo. Solemos decir que el tiempo
es oro y en verdad estamos metidos en una vorágine de vida que realmente
nuestro tiempo tiene un gran valor, por tanto habrá que distribuirlo con
sabiduría y equidad. Debemos ponderar muy bien qué tanto por ciento de nuestro
tiempo dedicamos a Dios con respecto al resto de nuestras actividades o
quehaceres. Sabemos que Él está siempre esperando, siempre disponible, que no
se queja, que se pone muy contento cuando le hacemos una visita, aunque sea de
mera cortesía o cumplimiento. Por ese mismo motivo, por su gran generosidad,
debemos también nosotros, a la recíproca, ser generosos con Él. Por contra, el
trabajo, los deberes diarios, el mantener unas obligadas relaciones sociales,
el ocio y tiempo necesario para nuestro descanso se lleva la parte del león,
valga la expresión.
Cada cual tenemos nuestro César:
trabajo, ocio, relaciones sociales, etc. Ese César no necesariamente es malo,
sino incluso saludable. El problema viene cuando no sabemos prorratear. El mal
llega cuando nuestro César desplaza a Dios, pero, ¡ojo! que en la parte de Dios
cave también la dedicación a la familia, el desvelo por los hijos o los
ancianos padres, el mirar por el prójimo, máxime si este es desvalido. Si esto
se hace viendo a Dios en cada persona, es como si se lo hiciéramos directamente
a él. “Os aseguro que cuando lo hicisteis
con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
No nos tengas en cuenta, Señor, las
ocasiones en que te dejamos en un segundo plano. Perdona nuestro tiempo
perdido en fruslerías. Haz el favor de recordarnos, cuando veas que estamos
malgastando nuestro tiempo, que estás ahí esperando el mejor empleo del mismo.
Pedro José Martínez
Caparrós
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