Un salmista dirige está
súplica a Dios: "Que llegue a tu presencia el meditar de mi corazón"
(Sl 19,15). Para un israelita el verbo meditar contiene un significado
riquísimo; implica conferir la Palabra hacia el corazón esperando confiadamente
que Dios se la parta como se parte el pan; es entonces cuando el alma se
deshace en susurros de gratitud a Dios, susurros que llegan a su presencia como
suplicó el salmista. Es un meditarla en el corazón como hacia María de Nazaret
y no en la mente sin más recurriendo a pensamientos elevadamente devotos que
motiven algún propósito más o menos voluntarista que bien sabemos el
escaso recorrido que tienen en general.
Los fariseos, es
importante tener esto en cuenta, escuchaban a Jesús, pero sus palabras no
fluían de la mente hacia el corazón porque se interponían contra sus intereses,
sus vanidades. Jesús les repitió la denuncia que siglos antes había proclamado
Isaías: " Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos
de mi" (Mt 15,8). Denuncia siempre vigente. Pidamos el espíritu del
salmista para que nuestra oración llegue desde nuestro corazón hasta la
Presencia de Dios.
Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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