Van
pasando los días, y esta pascua “confinada” sigue haciendo recuento de una
terca realidad llena de incertidumbre con un desigual motivo de esperanza según
nos acerquen a diario los datos estadísticos: contagios, curaciones,
defunciones. Y en medio de este paisaje, la realidad social de un pueblo entero
que acepta el retiro en las casas como medida de seguridad, y el panorama
laboral que se avecina con inmensa preocupación para muchas familias y
trabajadores. Ahí están tantas personas aportando lo que cada uno puede ofrecer
ante este desafío tan insospechado que tenemos delante.
Ya hablé
semanas atrás que tenemos muchos “ángeles” con mascarillas y guantes que nos
bendicen con su trabajo de parte de Dios. Así, quiero agradecer, una vez más,
la generosa entrega de tantos sacerdotes que siguen ofreciendo el precioso
testimonio de su ministerio puesto al servicio de lo que las personas esperan
de nuestra vocación. Poner esperanza en quien la ha perdido, encender luz en quien
se siente apagado, acercar el bálsamo de la gracia a los que necesitan en sus
almas ser nutridos y curados por Dios con los sacramentos y nuestra plegaria,
acompañar a las familias en el adiós fúnebre a sus seres queridos. Pero también
el ministerio se hace gesto humilde al servicio de los hermanos más necesitados
y vulnerables: hacerles la compra, traerles medicinas, cocinar para ellos y
abrir las puertas a quienes no tienen casa. ¡Cuántas formas de creatividad
litúrgica para acercar la palabra de Dios, la oración viva, la vecindad de un
Dios que no está ausente ni callado, la materna compañía de la Virgen María,
nuestra Santina! ¡Y cuántas formas de caridad a través de los gestos concretos
siendo testigos de un encuentro que cambia mi vida y no simplemente
predicadores de un relato que no tiene que ver conmigo! ¡Muchas gracias por la
entrega, por el riesgo, por expresar de tantos modos que, a imagen del Buen
Pastor, Jesucristo, nuestros sacerdotes están dando de veras la vida!
He
escrito una carta a mis hermanos los curas diocesanos pidiéndoles un gesto más
con entera libertad. No se trata del “plus” que se les pide a quienes nadan en
la abundancia permitiéndose cómodamente un detalle de caridad desde lo que les
sobra. Me consta de los apuros que algunos tienen y conozco cuál es el alcance
de nuestras humildes nóminas. Por eso, con total libertad, y en conciencia, les
he invitado a que cada uno decida en su corazón lo que puede aportar desde el
propio bolsillo como ayuda a los que menos tienen. Haremos el bien y nos hará
bien. Cada cual fijará la cantidad y también su modalidad en el tiempo: cuánto
podemos dar y hasta cuándo lo daremos.
Hay una
mirada que es la que nos acompaña siempre con ojos de verdadero Padre, y es la
única que aquí interesa proponer como garante de nuestra caridad. «Somos lo que
somos ante Dios, y nada más», decía San Francisco de Asís. Nadie va a
fiscalizar nuestro gesto, aunque el Señor sí que sabrá cuánto y hasta cuándo
aportaremos nuestra cantidad de cristiana solidaridad, como hacían los primeros
cristianos. También nosotros necesitamos este gesto pedagógico que nos educa en
la gratuidad.
Mirando a
familias enteras, a personas sin trabajo, a tantos que ya empiezan a llamar a
nuestra puerta ante lo que llega o ya les ha llegado como pobreza real por el
desastre económico que se deriva de la pandemia, nosotros como sacerdotes
queremos expresar la caridad pastoral compartiendo algo de nuestro propio
dinero con el que honestamente nos mantenemos desde nuestro trabajo sacerdotal.
Miramos a Jesús, y en Él aprendemos a mirar a los más necesitados.
Es tiempo de
amar en lo concreto siendo testigos de un encuentro con Jesús que nos ha
cambiado la vida de verdad. A toda la preciosa labor de Cáritas, añadamos esta
predicación desde el ejemplo.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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