Está avanzado ya el tiempo de Pascua y conviene que
los cristianos tengamos una idea clara de nuestra identidad más profunda. A
veces, de tanto caminar por los días de diario y los trabajos de cada cual, se
nos olvida que hemos sido elegidos como portaestandartes de una bandera que no
es sólo para nosotros sino para toda la humanidad. En Cristo Jesús resucitado
somos todos sacerdotes que celebramos la acción de gracias por la salvación que
Dios ha regalado al mundo. Así es como construimos el reino de Dios. Porque los
sacrificios que ofrecemos no son como los de la Antigua Alianza –holocaustos de
carneros y toros– sino la entrega de nuestras vidas al servicio del Reino de
Dios, comprometidos en formar ya aquí la familia de Dios, donde reina la
verdad, el amor y la justicia.
Eso es lo que los cristianos somos por nuestro
Bautismo. El desafío está en llegar a ser en la vida real lo que ya somos en la
presencia de Dios. Nuestra llamada consiste en llevar a la práctica de cada día
ese amor con el que Dios nos amó en Jesús y que nos transformó en “pueblo
elegido y nación consagrada”. Para llegar a nuestra meta, el evangelio de hoy
nos muestra el camino: el mismo Jesús que dice de sí mismo que es “el Camino,
la Verdad y la Vida”. A los apóstoles les costó comprender que mucho más
importante que aprender unas verdades era seguir a Jesús. Les costó comprender
que no se trataba de aprender teología sino de encontrarse con Jesús y dejarle
que fuese el guía que les llevase hasta el Reino del Padre. No había más camino
que seguir sus huellas. Hoy nos tenemos que decir lo mismo: ser cristiano es
seguir las huellas de Jesús, comportarnos como él lo haría, amar a nuestros
hermanos y hermanas hasta darlo todo, como él hizo.
Hacer eso en la vida cotidiana no siempre es fácil.
Hoy enfrentamos problemas y situaciones que no tienen nada que ver con las que
enfrentaron Jesús o los apóstoles. Pero ése es precisamente nuestro desafío:
encontrar soluciones creativas, en línea con el Reino, a los problemas que nos
encontremos. Como hicieron los apóstoles en la primitiva iglesia, al ver que un
grupo de la comunidad, las viudas de los “griegos”, no recibían la atención que
debían. Inmediatamente solucionaron el problema creando un grupo que las
atendiese: los diáconos. Así tenemos que ejercer nuestro seguimiento de Jesús:
tratando de ofrecer soluciones a los problemas que nos encontramos,
preguntándonos siempre: ¿qué haría Jesús en una situación como ésta? Y
dejándonos llevar por el Espíritu. Hasta encontrar las formas y los modos
concretos que nos lleven a expresar de la forma más eficaz posible el amor por
los hermanos y hermanas, especialmente por los más necesitados.
Fernando Torres cmf
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