Al
contemplar las ingentes multitudes que tiemblan de miedo, que anhelan la
paz y que buscan justicia con dignidad, hastiados, llenos de cólera por un
mundo tan descompuesto, forzosamente tenemos que recordar las palabras de Jesús
que se autoproclama como el Buen Pastor. Quizás a algunos les suene extraño y
hasta protesten porque la imagen del Pastor iría muy unida a la imagen de la
oveja, o como decimos entre nosotros, a la imagen del borrego, que ha adquirido
un sentido peyorativo de manipulación, de seguimiento ciego, de multitud
inconsciente.
Las
grandes masas son arrastradas por líderes corruptos o son subyugadas por los
medios masivos y que aparecen inconscientes, adormecidas, indiferentes ante las
graves situaciones. Y hoy, domingo del Buen Pastor, parece un día propicio para
que nuestra reflexión nos lleve a una toma de conciencia de todo lo que estamos
haciendo y que ha propiciado que este mundo loco y desquiciado se encuentre al
borde del precipicio.
Cristo,
Buen Pastor, no quiere adormecernos ni solapar responsabilidades ni de
criminales ni de autoridades. Nada más lejano de la intención de Cristo. Ha
discutido fuertemente con los principales y los fariseos, y ahora lanza una
dura crítica a su liderazgo y a su autoridad. Es por tanto un juicio contra
quienes no vigilan, quienes abandonan arrastrando consigo a otros, o bien,
contra quienes no se acercan de forma correcta al rebaño. Trae a la memoria la
dura imprecación que hace el profeta Ezequiel contra los malos pastores de
Israel, tiene su aplicación en contra de los dirigentes de los tiempos de
Jesús, pero también es palabra viva para hoy y se presenta como crítica dura y
actual contra los dirigentes y malos pastores que no tienen en cuenta al pueblo
y solamente se aprovechan de sus privilegios y puestos.
Es
una acusación tanto para los lobos como para los pastores, pero también es un
fuerte silbido, al mismo tiempo enérgico y cariñoso, para que las ovejas no se
duerman o no vayan tras engañosas seguridades. La maldad y la injusticia tienen
como responsables tanto a los criminales como a las autoridades, pero también
lo son el silencio, la indiferencia y el miedo, de un pueblo que calla, que no
se levanta y que no ha hecho lo necesario para sacudirse tanta corrupción y
tanta mentira.
Cuando
Pedro acusaba a la multitud de responsabilidad ante la muerte de Jesús, con el
corazón adolorido preguntaron: “¿Qué tenemos que hacer?”. Y Pedro los invita a
una conversión de verdad, no a un cambio de escenario ni a cambios externos.
Sugiere un cambio donde se borre definitivamente el pecado y se guíen por el
espíritu. También hoy ésta debería ser nuestra pregunta y éstas nuestras
actitudes. Deberemos poner a Cristo como nuestro Buen Pastor pero también
asumir las actitudes correspondientes a un pueblo responsable y consciente de
sus obligaciones y sus derechos. Porque todos estamos de acuerdo en reconocer
que Cristo es el verdadero pastor, opuesto al mercenario, y es el único guía
seguro que va delante de las ovejas y que abre el camino; pero no estamos
dispuestos a soportar un examen sobre nuestro papel de pastores, cuidadores y
educadores de un pueblo, de una comunidad o de una familia.
Las
palabras exigentes de Jesús sobre los bandidos, ladrones y mercenarios,
fácilmente las aplicamos a las autoridades, a los responsables y a quienes
tienen el deber de velar por nuestros pueblos. Y tenemos razón, porque ellos
deben tener muy en cuenta el ejemplo de Cristo y cualquier autoridad o líder
moral, tiene la obligación de velar por el bienestar de los ciudadanos y no de
aprovecharse de ellos. Pero al mismo tiempo, estas palabras de Cristo son para
cada uno de nosotros que tenemos alguna responsabilidad frente a las demás
personas: padres de familia, maestros, coordinadores, sacerdotes, catequistas,
autoridades… todos tenemos que mirarnos en esta imagen de Jesús y ver cómo
estamos realizando nuestra tarea.
El
pasaje de este día también insiste en una clara diferencia entre la voz del
pastor y la voz del mercenario. La voz del pastor llega hasta nuestro interior
y nos da vida. Pero también se escuchan otras voces que adormecen, que engañan
y que intimidan. Lo más triste es que hay quienes siguen esas voces y terminan
en la muerte. Tendremos que discernir cuál voz estamos siguiendo. Al mismo
tiempo Jesús afirma: “Yo soy la puerta de las ovejas”. Una puerta tiene una
doble función: abrir y cerrar; proteger y dejar entrar. En este caso es una
puerta de exclusión para los salteadores y ladrones y puerta de acceso para los
verdaderos pastores.
Una
puerta cerrada para quien busca su propio interés y abierta para quien busca
dar vida. Una puerta abierta a la libertad y a la intimidad. Y Cristo nos
invita a pasar por esa puerta que es Él mismo para abrirnos a la verdadera
libertad. Al mismo tiempo es una puerta cerrada a la mentira, a la injusticia y
al mal. Jesús nos ofrece un criterio para ver a quién dejamos entrar por esa
puerta y cuáles voces escuchamos, “que tengan vida y la tengan en abundancia”.
Lo que mata al pueblo, lo que limita la vida, lo que la oscurece, no podemos
dejarlo entrar ni permitir que nos manipule.
Este
Domingo del Buen Pastor se nos presenta como un silbido potente que nos
despierta y nos pone en alerta. No puede el discípulo permanecer pasivo porque
la indiferencia ante la injusticia es grave pecado de omisión. Y al mismo
tiempo nos invita a estar atentos a distinguir las voces que dan vida plena, de
aquellas voces que llevan a la muerte y a la corrupción. ¿Qué estamos haciendo?
¿Vivimos pasivos ante la injusticia, la corrupción y la maldad? ¿Cuál es
nuestra responsabilidad cuando al mismo tiempo somos pastores y ovejas?
Jesús,
Buen Pastor, enséñanos a dar la vida por las ovejas a nosotros encomendadas,
danos la inteligencia y el valor suficientes para proteger a la comunidad, a
los jóvenes y a los niños, y concédenos reconocerte a Ti como nuestra Puerta y
nuestro Pastor. Amén.
Monseñor
Enrique Díaz Díaz
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