Oímos el susurro de
este salmista: "Señor, yo amo la belleza de tu casa, el lugar donde reside
tu gloria" (Sl 25,8) Este fiel vive tan intensa e íntimamente la Presencia
de Dios en el Templo que piensa haber alcanzado el culmen que un hombre puede
conseguir en su relación con Dios. Se equivoca; Dios, que es amor, no pone
límites en su relación afectuosa con nosotros. En la Encarnación de su Hijo nos
dejó la Belleza infinita de su Presencia en la Eucaristía y digo infinita
porque infinita es la sed que tiene nuestra alma de toda plenitud...también la
de la Belleza. Ampliamos esta Presencia Belleza de Dios recogiendo lo dice la
Iglesia sobre la Espiritualidad de la Palabra: Jesús está presente en la
Palabra de forma que todo aquel que se adentra en Ella descubre y aspira el
Perfume sobrecogedor de la Belleza de Dios.
Ahora entendemos un mejor el
riquísimo legado que nos dejó San Agustín: Tarde te amé, belleza infinita, tarde
te amé...hasta mi ha llegado el perfume de tu gracia, por fin respiré”
P. Antonio Pavía
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