El Papa en su homilía en la Misa en la Solemnidad de Pentecostés, pide al
Espíritu Santo, que nos libre de la parálisis del egoísmo y encienda en
nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque como dijo, lo peor de
esta crisis es desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos. “Debemos ser
constructores de unidad, para llegar a ser una sola familia”.
“«Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu», escribe el apóstol
Pablo a los corintios; y continúa diciendo: «Hay diversidad de ministerios,
pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo
Dios». Diversidad-unidad: San Pablo insiste en juntar dos
palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es
la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros,
diversos, unidos por el Espíritu Santo”.
Con estas palabras, el Papa Francisco explicó en la homilía, en la misa por
la celebración de la Solemnidad de Pentecostés, que así como los apóstoles eran
diversos entre ellos, sin embargo formaron “un solo pueblo: el pueblo de Dios,
plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da
armonía, porque el Espíritu, es armonía, dijo el Papa. El Espíritu es la unidad
que reúne a la diversidad. Jesús no cambió a los apóstoles, no los uniformó, ni
convirtió en ejemplares producidos en serie. Jesús dejó las diferencias que
caracterizaban a cada uno de ellos: los pescadores, quien era gente sencilla,
quien recaudador de impuestos.
Había dejado sus diferencias y, ahora, expresó Francisco, ungiéndolos con
el Espíritu Santo, los une. La unión se
realiza con la unción. En Pentecostés los
Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu.
Alcanzar
la unidad por el Espíritu Santo
Y hoy día, se preguntó el Santo Padre, nosotros en medio de nuestras
diferencias: de opinión, de elección, de sensibilidad. El Papa nos pide que no
caigamos en la tentación de querer defender a capa y espada las propias ideas,
considerándolas válidas para todos, y en llevarnos bien sólo con aquellos
que piensan igual que nosotros. Esta es una fe, manifestó, construida a nuestra
imagen y no es lo que el Espíritu quiere. La humanidad, dentro de las
diferencias, alcanza la unidad por el Espíritu Santo, porque, como dijo
Francisco, el Espíritu Santo nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios.
“El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras
diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y
un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de
nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la
mira el mundo”.
El
secreto de la unidad: donarse
La mirada mundana, dijo el Pontífice, ve estructuras que hay que hacer más
eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de
misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el
conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas
irremplazables de su mosaico. El día de Pentecostés, en la primera obra de la
Iglesia: el anuncio, los Apóstoles salen a proclamar el
Evangelio, sin ninguna estrategia ni plan pastoral. Se lanzan, dijo el Papa,
corriendo riesgos, poco preparados, salen con el solo deseo que les anima: dar
lo que han recibido. Porque es ese el secreto de la unidad, y del Espíritu,
donarse.
“Porque Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene
unidos, haciéndonos partícipes del mismo don. Es importante creer que Dios es
don, que no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra
forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a
un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e
imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si
tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia. Si nos damos cuenta de
que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a
nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don”.
Examinar
nuestro corazón
El Papa pide a cada uno de nosotros, que examinemos que nos impide darnos
al otro, si dentro de nosotros tenemos a los “tres enemigos del don”: el
narcisismo, el victimismo y el pesimismo.
El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a
buscar sólo el propio beneficio. Y en esta pandemia que el mundo sufre, duele
ver en la humanidad el narcisismo, gente que se preocupa de sus propias
necesidades, que es indiferente a las de los demás, que no admite las
propias fragilidades y errores.
El victimismo, es peligroso, dijo Francisco. El victimista
está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie
me ama, ¡están todos contra mí!”. Y al respecto, en el drama que vive
actualmente la humanidad, que grave es el victimismo, exclamó el Papa, pensar
que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos. Y el pesimista que
“arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”. Y así,
en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo,
ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes”.
El pesimista, es quien piensa que ya no hay esperanza, y hoy día dijo por
último el Papa Francisco, nos encontramos ante una carestía de esperanza y
necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por
esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del
narcisismo, del victimismo y del pesimismo.
(vaticannews.va)
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