No hay banderas a
media asta en mi ciudad y mi ciudad está muriendo pero mis ojos no ven el
dolor; no hay sonido de campanas en mi ciudad y mi ciudad está muriendo pero
mis oídos no escuchan el dolor…
Me pregunto por qué
oigo cánticos y aplausos en los balcones de nuestras calles. No entiendo qué
pasa por la mente humana que a todo se acostumbra y se deja llevar anestesiada al
precipicio, sin resistencia ni atrevimiento.
No entiendo los
chistes si la muerte también acecha a quien los escribe y dibuja. Qué triste es
decir: “La historia juzgará”, y ¿mientras?, mientras vamos
desapareciendo como hojas arrancadas sin sentido de muerte.
Necesito banderas
con crespones negros y trompetas con Himnos de silencio; necesito llorar por
los muertos y despedirme de mi padre. No, él no es digno de vivir, sus arrugas
le delatan y ya no importa si construyó la libertad, es carne de precipicio.
¿A qué lugar han
llevado tu cuerpo papá?, no te encuentro…
Pero Dios conoce a
los culpables sin remisión. Pido a Dios que no les espere al día final y, que por
la Consagración de este país a su Corazón y su clemencia, les aparte de
nuestras vidas y seremos apartados de una muerte injusta.
Qué Dios nos ayude
a escuchar el dolor a gritos de nuestros hermanos y, que ni uno más de ojos
vidriosos, deje la tierra.
¡No escucho el
dolor!!!
Emma Díez Lobo
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